Exposición
El arte y el cine, una historia de amor
CaixaFórum acoge una muestra que radiografía y clarifica la intensa relación entre ambas en los últimos 120 años
CaixaFórum acoge una muestra que radiografía y clarifica la intensa relación entre ambas en los últimos 120 años.
A un pintor que acaba de perder sus manos, le entierrran los pies en cemento. Aún así, inmóvil, grita lleno de júbilo, «vean cómo pinto mi gran obra maestra, el retrato de una niña pobre que intenta botar una pelota deshinchada». Los transeuntes lo miran extrañados. Sin embargo, a pocos metros de allí, una niña de vestido sucio y raído juega con una pelota deshinchada. Cuando lo oye y se pone furiosa. No sabe por qué, pero agarra el balón y lo lanza contra la cabeza del pintor. Él se ríe, y la niña lo vuelve a hacer y él se ríe más y la niña repite y repite y repite, hasta que al rostro amoratado y gesticulante del pintor acaba por caérsele un diente. «¡Ahí la tienen, mi gran obra maestra!», exclama con un siseo y proyecta la grabación de lo que acaba de ocurrir sobre la pelota, que ahora sólo es un pedazo de cuero dehilachado. «¿Puede pintarse el movimiento?», preguntaba en 1886 August Strindberg. Vaya si se puede, y desde el invento del cine, no sólo se puede, sino que se debe.
La relación entre el arte y el cine ha sido, desde sus inicios, hace 120 años, un juego de espejos donde se han modificado uno al otro de forma al principio imperceptible, pero al final hasta hacerse irreconocibles. En en 1900, por ejemplo, un joven Georges Mélies suplicaba a sus padres que le presentaran a Gustave Moreau para que le diese clases de pintura. Unos años después, en 1921, André Breton ya decia que «gracias al cine, hoy sabemos como hacer llegar una locomotora a un cuadro», en alusión a una obra de Max Ernst.
En esa época, Fernand Léger se apuntaba a la última moda de las películas, ese arte «joven, moderno, libre y sin tradiciones». El propio Yves Klein pintaba en los 50 su estudio parisino al mismo tiempo que Godard editaba «Al final de la escapada» dos números más allá en la misma calle. Y el amor de los directores por la pintura es evidente. Ni siquiera hace falta referirse al retórico y pedante Peter Greenaway, sino al mismo Scorsese, que en 1986 aseguraba que «lo importante sería filmar películas como si fueras pintor, pintar una película, sentir físicamente el peso de la pintura en la tela».
CaixaFórum resume estos 120 años de fascinación mútua en la excelente exposición «Arte y cine» que a través de 349 piezas, que van de 56 filmes o fragmentos a carteles, pinturas, fotografías y otros objetos cinematográficos, marcan esta histórica relación. Como si siguiésemos el surco de un río, la muestra se divide en nueve apartados cronológicos en que vemos cómo se han ido cambiando mutuamente a lo largo de los años, los hermanos Lumière emparentados con los maestros del impresionismo; con Chaplin bailando con los artistas de vanguardia; con Dalí colaborando con Hitchcock; con Jean-Luc Godard firmando piezas a la par que Andy Warhol e Yves Klein, hasta llegar a la época de las instalaciones y del videoarte
La exposición ha sido posible gracias a la implicación de la Cinémathèque francesa, que ya colaboró con CaixaFórum en su exposición sobre Méliès, y que ha cedido sus fondos, a los que se han añadido piezas de la propia colección de CaixaFórum, así como del Museo de Orsay, el Popidou, el Reina Sofía o la Fundación Gala-Dalí.
Jean Cocteau, Buñuel, Kenneth Anger, Guy Debord, Marcel Duchamp, Max Ernst, Eisenstein, Fritz Lang, David Lynch, Cindy Sherman, hasta medio centenar de artistas están representados en una muestra comisariada por Dominique Païni. «Mostramos la deuda del cine con el resto de las artes e, inversamente, la inspiración que el cine ha significado para todas ellas después», dice Païni. Sí, el cine es el arte de pintar sin manos, el mayor truco de magia.
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