Literatura

Hollywood

La novela se llena de ladrones

Las editoriales recuperan los grandes clásicos de la literatura contemporánea sobre criminales de pequeña escala

Whoopy Goldberg fue el sorprendente «casting» para interpretar al ladrón Bernie Rhodenbarr
Whoopy Goldberg fue el sorprendente «casting» para interpretar al ladrón Bernie Rhodenbarrlarazon

En el siglo XIX, con la irrupción del folletín, y el crecimiento y la podredumbre de los bajos fondos de las ciudades, la figura literaria del ladrón llegó a un nuevo nivel. Había dos formas, una descarnada, sucia y cruel, representada por la genial «Los misterios de París», de Eugene Sue. Y luego estaba la romántica, aventurera y elegante de «Rocambole», de Pierre-Alexis Poison du Terrail. Lejos de los pícaros españoles del siglo XVI, los ladrones modernos eran o cerdos miserables o rebeldes y «rocambolescos». 200 años después, nada ha cambiado.

Lo que está claro es que si un escritor quiere dar protagonismo a un ladrón o es bueno o merece ir directamente a la cárcel. El primer gran ladrón «rocambolesco» del siglo XX fue «Raffles, el príncipe de los ladrones». Creado en 1890 por Ernest William Hornung, nació como una inversión fantasmal de Sherlock Holmes. Raffles era un dandy, sensible, delicado, un tipo con clase, salvo por un detalle, le gustaba robar cosas. Cada uno tiene sus manías, es cierto, pero a veces es mejor revisarlas, ir al psicólogo o algo.

A los anglosajones siempre les ha gustado la idea del ladrón de guante blanco, como el Simon Carne de Guy Bloothby, el genial escritor creador del mítico y maléfico Doctor Nikola, antecedente de otro malvado de leyenda, hoy más popular, como Fu Manchu. Si pensamos en los americanos, siempre les ha gustado más los bajos fondos y la miseria moral por la que pasa el ladrón. Hay grandes clásicos como Jack Black, un tipo que hizo de todo en su vida, y pocas cosas con decencia, pero que tenía un don a la hora de explicar líricamente sus experiencias. En «Nadie Gana» (Escalera) narra sus peripecias como vagabundo y ladrón de poca monta con la gracia de los grandes pícaros españoles.

Más oscuro todavía era James Ross, que sólo consiguió publicar una novela, «Mal dadas», (Sajalín editores), pero vaya si dio en el clavo a la primera. Un salón de carretera en plena depresión sirve para configurar una excelente historia de la degradación moral hasta la absoluta ruina.

La novela negra también ha dado la cara absurda y humorística del ladrón. La primera fue Craig Rice, mujer que se atrevió a mezclar el típico «hard boiled» hamettiano con la comedia alocada a lo «La fierecilla de mi niña». Sus entrañables personajes de Bingo Riggs y Handsome Kusak, aunque no son los protagonistas, robarían las escenas hasta al mismísimo Hamlet. También brillantes, pero más acá en el tiempo, son las series de Lawrence Block y Donald E. Westlake. El primero es el creador de Bernie Rhodenbarr, el típico tipo astuto, culto, capaz de entrar en cualquier casa sin tocar nunca un arma, pero que siempre se ve obligado a participar en las historias más rocambolescas. De momento ha escrito 17 novelas del personaje y pronto saldrá una nueva. El cine se empeñó en convertir a este hombre alto, rudo, de buena pinta, en una cómica negra como Whoopy Goldberg, pero estas son cosas de Hollywood.

Por su parte, Donald E. Westlake ha escrito la formidable serie de John Dortmunder, que RBA acaba de rescatar con dos títulos, «Un diamante al rojo vivo» y «Atraco al banco». Dortmunder es el típico ladrón al que nunca sale nada bien, el personaje con más mala suerte de la historia. Westlake hizo su versión seria con Parker, un tipo al que han traicionado tantas veces y ha matado a tanta gente que es increíble que se atreva a seguir hablando con nadie.

Los franceses, por su parte, son muy dados a los ladrones poéticos y confesionales como Jean Genet, en «Diario del ladrón» y Albertine Sarrazine con «El astrágalo».