Benedicto XVI
Los religiosos, testigos de fe
Desde el inicio de la Iglesia ha habido cristianos que se han consagrado totalmente a Dios. Esta manera de vivir la vida cristiana existirá siempre en la Iglesia porque la promueve el Espíritu Santo en el corazón de los hombres y las mujeres. Es una vida de seguimiento radical de Jesús con la profesión de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. Aquellos a quienes conocemos con el nombre genérico de religiosos y religiosas son personas que, dóciles a la llamada de Dios, han escogido este camino de especial seguimiento de Jesucristo para entregarse a Él con un corazón no dividido. Como los apóstoles, también ellos lo han dejado todo para estar con Cristo y para ponerse, como Él, al servicio de Dios y de los hermanos.
Quien más quien menos, todos conocemos a algunos religiosos y religiosas porque se dedican a la enseñanza, a la atención a las personas mayores, al cuidado de los enfermos, a la asistencia a los pobres y marginados, especialmente en estos momentos de grave crisis económica, con tantas víctimas... No obstante, sigue siendo válida esta pregunta: ¿Cómo valoramos la vida religiosa entregada plenamente a Dios y al servicio de los hermanos? El sentido y el contenido de la vida consagrada a Dios sólo se pueden entender con una profunda visión de fe que se alimenta y se mantiene con la oración.
La Iglesia dedica cada año una jornada a la vida consagrada, el próximo 2 de febrero, que coincide con la fiesta de la Presentación del Señor en el templo. El lema de la jornada de este año es: «La vida consagrada en el Año de la Fe». Los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia son una entrega total a Dios, como lo fue la vida de Jesucristo. Por esto, los religiosos y las religiosas son verdaderamente un signo viviente de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Benedicto XVI, en la carta apostólica sobre el Año de la Fe que estamos celebrando, escribe unas palabras que son válidas para todos los cristianos, pero de una manera especial para los religiosos y las religiosas: «Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de aquellos que, iluminados en la mente y en el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, aquella que no tiene fin».
Los religiosos y las religiosas son unos testigos cualificados de la fe, porque han consagrado su vida a Cristo dejándolo todo para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, que son signos concretos de la espera del Señor. Una espera que es muy activa en estas personas, tanto en la alabanza y en la plegaria de intercesión por el mundo, como promoviendo acciones en favor de la justicia para realizar hoy la palabra del Señor que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos.
Por esto, deseo expresar lo mismo que dijo el reciente Sínodo de los Obispos en su mensaje final: «Que llegue a estos hermanos y hermanas nuestros la gratitud por su fidelidad a la llamada del Señor y por la contribución que han hecho y hacen a la misión de la Iglesia».
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