Los Ángeles

Mil palabras contra una imagen

Las editoriales recuperan clásicos que certifican el lado menos glamouroso de Hollywood. Llegan inéditos como Robert Stone y Federica Sagor Maas

Buster Keaton en «Cameraman».
Buster Keaton en «Cameraman».larazon

Faulkner trabajó en el cine y renegó de Hollywwod. Scott Fitzgerald fue guionista y echó pestes de la industria cinematográfica. John Fante, Dorothy Parker. Raymond Chandler, Ed McBain, todos vivieron el sueño de Hollywood y todos parece que mirasen a la cara al horror. O todos los escritores del mundo son unos amargados y resentidos incapaces de ver el lado bueno de las cosas o Hollywood odia a los intelectuales y le gusta dejarlo bien claro. En todo caso, no es extraño que cuando un novelista se decide a escribir una novela sobre la llamada fábrica de sueños, sólo se les ocurran pesadillas. En la antesala de los Oscar, las editoriales redescubren para las nuevas generaciones los clásicos de un género en sí mismo, la «Hollywood novel».

Libros del silencio presenta «Hijos de la luz», novela de Robert Stone de 1986 en que el autor de «Dog soldiers» hace un árido recuento de un Hollywood ya de por sí en decadencia. Su protagonista, un actor y guionista que vislumbró la gloria, pero que se la bebió entera hasta sólo recordar los vómitos, es un cruel y desencantada crónica de la derrota y no hay nada que Hollywood odie más que a los que perdieron.

De primera mano

Paralelamente, Seix Barral publica «La escandalosa señorita Pilgrim», la autobiografía de Federica Sagor Maas, guionista en el Hollywood dorado de los años 20. Escrita a los 99 años y con ese deje de resentimiento del que lo ha visto todo y se lo ha callado demasiado tiempo, Maas echa pestes del sistema de los estudios, ridiculiza a gente como Louis B. Mayer, y culpa a todo bicho viviente de haber sido ninguneada por una industria que le robó sistemáticamente ideas y guiones. Si alguien quiere saber el papel de las mujeres en la industria, éste es su libro.

Una de las novelas que mejor retratan el Hollywood de los pioneros es «Moviola», del guionista y escritor Garson Kanin, que escribió las mejores películas del tándem Spencer Tracy y Katherine Hepburn. A los 92 años, el dueño de los estudios Farber Films decide vender su negocio y por el camino explica cómo contruyó su imperio, en medio de historias como la guerra por escoger a Scarlett O'Hara, el descubrimiento de Greta Garbo o Marilyn Monroe, o el escándalo que destruyó la carrera de Fatty Arbunkle, el cómico más famoso del mundo en su época, acusado injustamente de violar y matar a una actriz. La historia de esta estrella del cine mudo también ha tenido un tratamiento más arriesgado en «Yo, Fatty», (Anagrama) de Jerry Stahl.

Con mayor calado histórico y más fiebre paranoica, Gore Vidal escribió su propia fabulación de la fábrica de los sueños cuando sólo era fábrica a secas. «Hollywood» es una ácida visión del magnate de la industria y cómo estaba sujeto a múltiples intereses, desde la política al crimen organizado. Y como las grandes películas, no acaba con final feliz.

Aunque lo que proliferan más son las historias sórdidas de los que nunca llegaron al estrellato. Horace McCoy escribió en «Debería haberme quedado en casa) (Akal) la vida y las frustraciones de los extras, los actores en ciernes sentados en casa esperando a que suene el teléfono y cómo no, acaban por destruir sus vidas ante la destrucción constante de sus sueños. Más cruel e imprescindible es «El día de la langosta» (Backlist), obra maestra de Nathanael West, novela que acaba con un gran estreno de Hollywood y cómo la masa es capaz de hacer verdaderas atrocidades cuando pierden la conciencia de su propia individualidad.

Por supuesto, también hay tratamientos más amables y cómicos, aunque la crítica y la acidez sigue igual. P. G. Wodehouse se rió de las estrellas infantiles y la locura que generan en todos los que se mueven a su alrededor en «Locuras de Hollywood» (Anagrama). Y Evelyn Waugh también quiso poner su dosis de sarcasmo en «Seres queridos», (Anagrama), esta vez a partir de una funeraria en Los Ángeles.

Mención a parte merecen los cuentos que dedicó John O'Hara a la industria o la novela inacabada de Scott Fitzgerald, «El último magnate» (Anagrama). Budd Shulberg escribió su propia historia del autor de «El gran Gatsby» en «El desencantado», (Acantilado) recordando la época en que escribían guiones juntos. Aunque su obra maestra del género es «¿Por qué corre Sammy?».