Estrasburgo

Una mala sentencia desigualdades

La Razón
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La semana pasada estuve tentando de escribir un artículo sobre la sentencia dictada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en relación a la llamada «Doctrina Parot». No quise hacerlo la pasada semana en caliente, pero tampoco el paso del tiempo ha mitigado mi indignación aunque no quede más remedio –por desgracia–que acatarla.

La Doctrina Parot no es más que una cuestión de contabilización de una pena impuesta, es decir un criterio que no afecta a norma penal ni procesal alguna, sino a una interpretación jurisprudencial que siempre ha sido potestad del derecho de cada país.

El Tribunal Europeo ha entrado en vericuetos en los que en otras ocasiones no ha querido entrar.

Dicho esto conviene recordar que en este país hubo un tiempo en el que los muertos eran sacados vergonzosamente por la puerta de atrás de los cuarteles, en el que para defender a policías en el País Vasco teníamos que subir abogados de diferentes puntos de España, en el que las asociaciones de víctimas eran tan pobres que los procuradores de los lugares de los atentados los pagábamos de nuestro bolsillo, como las periciales médicas o el papel de las fotocopias.

Hubo una época –y esa época no es tan lejana, aunque algunos quieran hacérnoslo creer– en la que asesinos con centenares de años de condena cumplían menos de un año por muerto a sus espaldas, entonces, entre varios, ideamos una forma plenamente constitucional de computo de penas para evitarlo. Todo esto a Estrasburgo no le ha importado absolutamente nada, aunque como jurista sigo pensando que teníamos toda la razón.