Comunitat Valenciana
Caña, tercio y quinto, aliados naturales
La mayoría silenciosa opta por hidratarse sin militancia alguna. Solo desean que esté bien fría
La mayoría silenciosa opta por hidratarse sin militancia alguna. Solo desean que esté bien fría
La agenda viajera nos embarca en una accidental performance cervecera. Las terrazas del pueblo que nos acoge son el primer plano donde reina el suave caminar de la hidratación rubia. Lugares donde tercios y quintos rompen filas en las mesas, ante la ansiedad de los clientes, secundando a la inevitable caña.
Este trío se necesita. Aliados naturales en múltiples barras, ejemplo de convivencia en restaurantes y de complicidad en bares y chiringuitos, son consumidos sin menoscabar la soberanía de la birra.
El nepotismo cervecero es manifiesto. Hasta el secundario bote da la lata con solvencia en las playas. Para terminar con una cicatriz arrugada, en el fondo de una papelera, a la espera del deseado reciclaje. Volver a empezar.
Algunos en clave de marcar territorio se manifiestan con rotundidad «Aquí se toma el botellín», «pues nosotros el tercio». «A mí, como la caña nada». Señas de identidad, ¡no por favor¡ La mayoría silenciosa opta por hidratarse sin militancia alguna. Sólo desean que esté bien fría. Posiciones cerveceras centradas en las que se cimienta el éxito de la jornada. Adaptarse al momento. Sin sectarismos, solo la marca favorita. Y sino un plan B. Estamos obligados a entendernos.
Otros permanecen ajenos a la naturaleza litúrgica y ceremonial del tiraje de la cerveza. Son íntimos del barril pero desconfían de las muñecas nerviosas que agudizan imperfecciones ante los desconocidos tiradores. Pero esa es otra historia.
No caben dudas ni juegos ambiguos en una situación tan seria. Una vez superada la fiebre partidista durante la primera ronda, la jornada se convierte en un festival donde todas las marcas son representadas. Todo previsible aunque no incierto.
Hay que reafirmar el sentido de la oportunidad. Nadie espera que la escisión en la mesa se vaya a producir. Las frustraciones cerveceras de pretéritas experiencias ya están amortizadas. Lo del tercio, botellín o caña es un asunto agotado.
Aunque se percibe el inmovilismo de algunos: «Un tercio por favor», para la mayoría existen lazos fundamentales con el líquido rubio que se traducen en plena generosidad. «Cinco cervezas, por favor».
La cerveza vértebra toda la hostelería nacional. Refugiados en un bar de la estación de Puerta de Atocha, sufrimos el «escrache sonoro» del último aviso para la salida del AVE. Renunciamos a la última caña. El bote de cerveza será nuestro próximo objetivo en el interior del vagón cafetería. Al llegar a València nos espera un fantástico tercio de una marca local, con nomenclatura fluvial histórica, en un chiringuito de la playa. El viaje sintetiza el devenir de un mundo hostelero plural y globalizado.
La querencia hacia el lúpulo vital y la adición cervecera conforman una mayoría absoluta. El consumo de la rubia se impone con rotundidad aunque es preciso manejar el oportunismo que catalizará nuestra elección. Caña, tercio, quinto, bote, aliados naturales.
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