Sociedad

De bar en bar, paraísos cotidianos

Los almuerzos y menús diarios dotados del difícil equilibrio, precio y calidad, se entrelazan con la profesionalidad y el trato familiar. Estos elementos, con los que identificarse, son los que marcan la diferencia
Los almuerzos y menús diarios dotados del difícil equilibrio, precio y calidad, se entrelazan con la profesionalidad y el trato familiar. Estos elementos, con los que identificarse, son los que marcan la diferencialarazon

La sincronicidad entre el estreno de la película «El Bar» de Alex de la Iglesia y los establecimientos visitados durante la semana fallera se convierte en una coartada perfecta para reflexionar sobre el papel de estos anónimos satélites de la hostelería popular que se extienden como la pólvora.

La visita a los bares es una tradición cotidiana que cuenta con un reparto de clientes diarios, rostros conocidos, dónde casi siempre reina un optimismo genuino. La gran mayoría necesitamos esa parada para (sobre)vivir el resto de la jornada.

Los almuerzos y menús dotados del difícil equilibrio, precio y calidad, se entrelazan con la profesionalidad y el trato familiar. Estos elementos, con los que identificarse, son los que marcan la diferencia con otros bares.

En nuestro periplo encontramos un variado ecosistema. Establecimientos dinámicos, originales, profesionales, ambientados y también, porque no decirlo, algunas visitas prescindibles al pasar de clientes a disidentes.

Mientras en un buen número de locales su capacidad terapéutica es envidiable. En otros, una minoría, la visita es un desencadenante que libera un mar críticas. Por fortuna, la visita al bar favorito se convierte en un tratamiento gustativo corrector después de algunos encuentros cuyo nombre no queremos recordar. La decisión se convierte en una teoría muy plausible entre el grupo.

Algunos establecimientos quieren convertirse en Si(BAR)itas y renuncian a etapas pretéritas. Pero el pasado siempre vuelve. La sinfonía gustativa que suena todos los días también tiene altibajos. Como es normal.

Hay establecimientos donde pasan cosas desde el mismo momento que cruzamos la puerta. Bajo el amplio manto del populismo hostelero los bares que más nos atraen están instalados en la naturalidad gastrónoma.

La efervescencia primaveral sacude a los clientes. La visita al bar tiene una naturaleza litúrgica y ceremonial. No es solo un acontecimiento diario. La escena nos remite a un ámbito cercano. La jornada matutina es un himno a la sensibilidad hostelera. Como un concierto de música de cámara todos los clientes escenifican sus deseos al unísono. «Por favor...un café...Nos falta una cerveza..Voy.. Me cobra».

Los bares escenifican la realidad en diferentes grados. Celebraciones, tertulias, conversaciones se dan cita con velocidad de crucero, mientras las imágenes, sin sonido, de la televisión y las afortunadas sobreimpresiones del informativo provocan murmullos. La soledad de los periódicos en la barra es interrumpida, intermitentemente, por espontáneos lectores.

Al bar, la historia hostelera no le ha hecho justicia. Es un punto de encuentro vital que todos manejamos con oportunismo. Los clientes proponen cotidianamente su investidura durante el irrenunciable almuerzo. El aperitivo enlaza la jornada hasta la comida, donde los menús consolidados disponen de mayoría absoluta. La larga sobremesa vaticina el reencuentro con el tardeo. Los más atrevidos incorporan la cultura del popular «clubbing», ideal para los fervientes admiradores del gin tónic. Toda piedra de hielo hace pared.

Con la primavera recién estrenada el consumo se impone a galope tendido, sin excusas, ante la llegada del buen tiempo. Clientes pegados a la barra y sentados en las terrazas que sincronizan sus movimientos y se dejan la piel por una misma causa... ser atendidos. Algunos bares retratan con una clarividencia inusual el triunfo de la hostelería popular, tan nuestra, dónde practicamos el culto a las barras de proximidad, mientras nos contagiamos de un optimismo (in)sensato. Nos tranquiliza ver que una gran mayoría siguen siendo referentes que no se mueven, que nos esperan y no mutan tan fácilmente. En tiempos «gastroturbulentos», la gente necesita sus clásicos puntales.

La clientela es curiosa por naturaleza y no acostumbra a mantenerse en un discreto segundo plano. En ese ir y venir de las modas, protagonizadas por las omnipresentes franquicias, algunas de valor (in)discutible, no debemos olvidar la existencia del auténtico Bar. La hidra cotidiana que nos ata a estos locales es parte consustancial y evidentemente no sólo hostelera. Es algo más que un punto de (re)encuentro. De bar en bar, paraísos cercanos para citas cotidianas.