Literatura
«Si dejas que tus traiciones y derrotas te devoren, no vives»
Víctor del Árbol. Escritor. Autor de “La víspera de casi todo”
-Esta novela tiene puntos en común con su anterior libro, «Un millón de gotas»: niños asesinados, una guerra como telón de fondo... aunque esta es más dura porque no hay historia de amor con final feliz.
-En «La víspera de casi todo» también hay una historia de amor que a mí me gusta mucho, pero es un tipo de amor diferente. Tenemos una historia a lo Nabokov entre Eva y Daniel, y por otro lado hay una historia de amor muy bonita entre Germinal y su hijo Samuel, pero es verdad que no es una historia principal y no se desarrolla. Pero yo creo que es un libro con historias de amor y de segundas oportunidades que acaban funcionando. Pero también es verdad que hay situaciones de dolor que tocan muy adentro. Todos necesitamos un punto de redención, saber que aunque nos equivoquemos podemos volver a intentarlo.
-¿Por qué llevar a los personajes a situaciones tan extremas?
-Sin el contraste de la luz la oscuridad no tendría sentido y al revés, sin la oscuridad no habría luz. Partir de la normalidad te acaba llevando a una situación de normalidad. Partir de una situación extraordinaria te obliga a tomar decisiones extraordinarias, yo escribo desde las emociones y para las emociones. Cuando sacas a la gente de la normalidad y la llevas a lo extraordinario es cuando de verdad ves la naturaleza del ser humano.
-¿De dónde salen estas historias?
-De mi corazón, de mi imaginación, de mi experiencia, de mis recuerdos, de mi infancia...
-¿Cuál es la idea semilla de «La víspera de casi todo»?
-Nace de «Un millón de gotas». Cuando escribí aquella historia, que para mí es sobre padres e hijos, hubo hilos que me quedaron colgando, y pensé que allí había otro tema a tratar, que es el de la identidad, y otro que es el de los nuevos principios. Y cómo el pasado nos acaba convirtiendo en lo que somos. Entonces pensé que tenía que contar otra historia para seguir esos hilos.
-En Daniel se ve mucho el contraste entre el bien y el mal.
-Sí, y que la línea es muy difusa. El bien y el mal no son categorías morales, ni éticas, son el resultado de lo más maravilloso que tiene el ser humano, que es la libertad. Para mí Daniel es la ejemplificación de que vivimos en dos mundos paralelos, uno el de la realidad y otro el que nosotros nos inventamos, donde nosotros lo controlamos todos. A veces esos mundos se mezclan, pero otras no. Y yo creo que todos somos un poco bipolares en ese sentido, hay una esquizofrenia entre lo que somos y lo que deseamos, entre lo que decimos y lo que hacemos. Somos seres que nos estamos desdoblando permanentemente.
-¿Cómo influye su experiencia como Mosso d’Esquadra en sus libros?
-No tanto en lo anecdótico, sino sobre todo en la interpretación de la realidad. Escribo sobre sentimientos y emociones que conozco. Cuando hablo de lo que puede sentir una madre que ha perdido a su hijo de manera violenta es porque lo he visto y lo he vivido. El trabajo de policía te obliga a empatizar con todo el mundo, a entender las razones de todo el mundo. Hasta el ser más ilógico e irracional, hace las cosas por algo.
-¿Y su pasado como seminarista, cómo influye en sus libros?
-Hay mucha trascendencia, que yo explico a través de la simbología. Creo en la trascendencia del ser humano, somos algo que va más allá de lo que hacemos. Creo que tenemos una idea de nosotros mismos que va más allá de lo animal. Sabemos que nos vamos a morir, por eso inventamos la inmortalidad a través del arte. Y eso es una forma de trascendencia, de espiritualidad, el querer ir más allá de lo que vemos, de lo evidente, eso es muy religioso y tiene mucho que ver con mi etapa en el seminario. Como tiene mucho que ver el cuestionamiento del bien y del mal continuamente, de qué hay después de la muerte. Eso está en esta novela y en todas las que he escrito.
-¿Escribir es una catarsis para usted, para canalizar todo lo que ha vivido?
-Tengo una edad en la que he aprendido que no todo puede ser digerido. Todos tenemos sombras y fantasmas que nos van a perseguir el resto de nuestra vida. Esta novela me ha servido para darme cuenta de que no puedo seguir huyendo. Empecé a escribir esta novela porque de repente me pregunté, por algo que me ha pasado en mi vida personal, si estaba escapando de algo o estaba buscando algo, que es diferente. Y esta novela a mí me ha servido para parar, darme la vuelta y enfrentarme a esos fantasmas que me persiguen. Hay cosas de la experiencia personal que no pueden ser absorbidas, ni perdonadas, ni aceptadas.
-Pero tiene que haber un punto de perdón y aceptación de esas experiencias.
-No puedes dejar que tus traiciones y derrotas te devoren, porque entonces no vives. No puedes vivir hacia delante mirando continuamente hacia atrás. Hay un momento en que tienes que decidir, o dejas que los fantasmas te coman, o aceptas que existen y aprendes a convivir con ellos. El perdón es una cosa muy religiosa, a mí, el perdón de los demás me interesa poco o nada, me interesa el «autoperdón», y eso es algo que se consigue, o no.
-¿Con el Premio Nadal cree que ha llegado al punto más álgido de su carrera?
-No, creo que es un paso más, importante, firme, pero es un paso más. Yo nunca dejo de soñar, de ponerme retos y de imaginar que las cosas pueden ser de otra manera. El Nadal lo que ha hecho es que mi voz tiemble menos, y me ha dado felicidad, y esa idea que yo tengo un poco mágica de la vida, de que a pesar de que sea dolorosa, si quieres, si luchas de verdad, la magia existe, las cosas pasan y a mí me está pasando.
-¿Qué será lo próximo que escriba?
-Estoy escribiendo una historia de amor entre dos ancianos. Yo necesito comunicarme con los demás, y la palabra es mi vehículo, y a través de la palabra escrita soy capaz de comunicar cosas que no podría de forma oral.
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