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Ortiz, el único «no descartable» de la «operación Candy»
Los jefes de la investigación del pederasta de Ciudad Lineal explicaron ayer las líneas de actuación que condujeron hasta el acusado
Los jefes de la investigación del pederasta de Ciudad Lineal explicaron ayer las líneas de actuación que condujeron hasta el acusado
Y al tercer día, reaccionó. Ayer, por fin, pudimos ver que Antonio Ortiz, efectivamente, tiene la capacidad de escuchar relatos y que provocan una reacción en él. El presunto «pederasta de Ciudad Lineal» no pareció inmutarse cuando sus supuestas cuatro víctimas –niñas de entre cinco y nueve años– relataron en una grabación las agresiones sexuales sufridas. Pero ayer, en la tercera sesión del juicio que se celebra desde el martes en la Audiencia Provincial, sí hizo algo más que respirar. Y lo hizo ante el relato del jefe de la investigación que llevó su caso, que ayer dio comienzo a la práctica de las pruebas testificales, en la que declararán cerca de 80 agentes. Ortiz hizo varios gestos de desaprobación, levantó las cejas sorprendido, dedicó varias miradas a su abogado y negó con la cabeza ante algunas afirmaciones del inspector jefe del SAF (Servicio de Atención a la Familia) de la Brigada Judicial de Madrid. El funcionario realizó un resumen de todo el caso y explicó por encima qué líneas de investigación siguieron, las dificultades con las que se fueron encontrando para poder avanzar y cómo llegaron a una serie de indicios en los que, finalmente, sólo encajaba este individuo.
Comenzó por la primera víctima, agredida el 24 de septiembre de 2013; un caso cuya investigación llegó en su día a un «punto muerto», pero que se reabrió con la agresión cometida el 10 de abril. Este caso fue realmente el punto de partida de la «operación Candy», ya que el testimonio de la menor fue de gran valía. «Es una niña con la que se trabajaba muy bien, no decía cosas al tuntún», recuerda la inspectora que le tomó declaración y que también declaró ayer en Sala. Esta niña fue la que describió por primera vez el «piso de los horrores», sobre todo el exterior, que recordaba casi a la perfección; unos «números en triángulo» y puertas blancas que finalmente coincidirían con los trasteros de este piso maldito de Santa Virgilia; el coche marca Toyota («lo tenía clarísimo», según los agentes) y una cifra: 0049 que pensaron que era una matrícula y que finalmente la había visto en la luna del coche y que era un indicador de la dureza del cristal. «Se inició una vía de investigación masiva de tráfico de antenas telefónicas que da mucho trabajo pero que hay que hacer cuando no hay otras vías», explicó el inspector, que ayer reconoció que «no habíamos tenido un hecho semejante en Madrid». «Por la frialdad con la que actuaba pensamos que sería reincidente». Y así fue, ya que volvió a actuar el 17 de junio. El testimonio de esta niña fue casi nulo para la investigación porque la menor (también con el pelo mojado porque la había duchado) «sólo se agarraba a la chica que la había encontrado». Al tiempo, dijo algo de un piso y un coche, pero no sirvió para avanzar en la pista que les había puesto la víctima anterior.
La presión social y mediática fue exponencial tras este caso, pero los investigadores seguían sin dar con el piso (aunque el inspector llegó a barajar la finca de Santa Virgilia e incluso fue la madrugada de la agresión de junio, sin saberlo aún), seguían trabajando con matrículas y teléfonos (las compañías telefónicas tardaron dos meses en darles datos). «Criminalística no pudo obtener una prueba en todo el tiempo que duró la investigación y me consta que se dejaron las pestañas en ello». Así, el caso parecía estancarse de nuevo. Desgraciadamente, tuvo que ocurrir el último caso, en agosto, para cerrar el círculo. Con esta última menor repitió el modus operandi que le llevó a la cárcel en el 98 por una agresión a una menor, ya que la convenció de subir a su coche con la excusa de «gastar una broma» a su tío o su abuelo. Es lo que el inspector llamó la «firma del autor». La descripción de esta menor acotó todo a los habituales de gimnasios y, en una de estas vigilancias, se le identificó. «El “ardor del guerrero” les llevó a identificarlo» (hasta le cachearon la mochila, algo que podría haberlo espantado). Poco después huyó a Santander «con lo puesto» pero ya le seguían. Ortiz fue la pieza que encajó y no se le pudo descartar de ningún caso por el posicionamiento de su teléfono, por las descripciones físicas, tuvo acceso a los dos vehículos (Toyota y Picasso), a los orfidales y al piso que describían las niñas. El ADN tampoco le descartó. Era él.
Un radio de acción en zona cómoda
Tal y como aseguraron en su día los policías de análisis de la conducta, este tipo de individuos actúan en un radio de acción pequeño y que conocen bien. «Si haces un círculo, en el centro está su casa de la calle Montearagón». Ortiz intentó el cobro de un secuestro hace años en una parada de metro anterior a Canillejas, donde dejó a una de sus víctimas. La zona de investigación «Candy» se amplió en funcionarios y en territorio hasta Coslada, donde la Policía cree que hizo lo mismo con una menor china en julio de 2013 y lo intentó en agosto de 2014.
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