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Los extranjeros buenos de la Guerra Civil

La Razón
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La importancia de la intervención extranjera en la Guerra Civil Española es difícil de exagerar, y lo es desde sus primeros días, como puso en evidencia el puente aéreo mediante el que aviones italianos y alemanes ayudaron a las tropas del ejército de África a cruzar el estrecho. A diferencia de lo ocurrido durante la Primera Guerra Carlista (1833-1840), donde los apoyos recibidos por el bando isabelino, tanto de armas y pertrechos como de soldados (cerca de treinta mil) fueron infinitamente superiores a los recibidos por los legitimistas, en la última de nuestras contiendas civiles los apoyos obtenidos por uno y otro bando estuvieron relativamente equilibrados. Equilibro que no debe hacer olvidar que la preponderancia política obtenida por los soviéticos en España durante el transcurso del conflicto fue muy superior a la influencia que fascistas y nazis disfrutaron en la España nacional.

Lo que ciertamente no está hoy en día equilibrado es el juicio que se hace de los extranjeros que combatieron a favor de uno y otro bando. Mientras que quienes combatieron a favor del bando nacional merecen todo tipo de recriminaciones, que, si incluimos a los regulares, parecen contar con todos los ingredientes del racismo y la xenofobia; aquellos que lucharon por la República son dignos de loa y homenaje inmortal, pues no en vano se trataba de idealistas que luchaban contra el fascismo y por la libertad. Que luchaban contra el fascismo resulta indudable, pero que lucharan por la libertad, al menos la mayor parte, es francamente dudoso.

Nazismo y comunismo son enemigos de la libertad, pero ello no quiere decir que todo el que luche contra una de estas ideologías totalitarias lo haga teniendo como referente político un estado democrático. Bien claro lo vio el periodista británico Burnett Bolloten, al que los hechos que contempló en España hicieron escribir un libro titulado «The Grand Camouflage», en el que denunciaba como bajo el pretexto de luchar contra el fascismo los comunistas trataban de imponerse en España haciendo ver que combatían por la libertad. Ese gran camuflaje fue un gran éxito propagandístico, pues ha durado hasta nuestros días, y uno no puede menos de asombrarse ante episodios tales como la concesión de la ciudadanía española a los miembros de las Brigadas Internacionales, que como es bien sabido fueron producto de la recluta efectuada por la Komintern (la internacional comunista controlada por Stalin). Y hasta tal punto las brigadas estuvieron sometidas a los dictados de Stalin que su jefe, André Marty, secretario de la Komintern y diputado del Partido Comunista francés, se aprovechó de su cargo para depurar (ejecutar), con el apoyo de la NKVD, a varios de los comunistas no ortodoxos que tuvieron la mala idea de alistarse en sus filas. Según Andreu Castells, uno de los más documentados investigadores sobre el tema, el 85% de los miembros de las brigadas eran comunistas, por lo que no cabe dudar de su condición de antifascistas, pero sí de que fueran defensores de la libertad.

El caso de los asesores soviéticos en España es aún más clamoroso, pues se trataba de agentes directos de Stalin, que tan pronto transmitían instrucciones militares, como maniobraban para derrocar a los presidentes del Gobierno que no eran de su agrado, o secuestraban, torturaban y asesinaban a oponentes políticos, como Andrés Nin, permitiéndose además la humorada de asegurar que se había pasado al enemigo.

Lo bueno de que haya políticos que afirmen que las brigadas internacionales y los asesores soviéticos en España luchaban por la libertad es que tenemos suficiente perspectiva histórica como para saber que la libertad que defendían se llamaba Gulag.

*Director del Instituto CEU de Estudios Históricos