Operación Candy
Una de las víctimas del pederasta casi muere atropellada
Como cada día la pequeña bajó a jugar al parque con sus amigas. Su madre se asomaba por la ventana cada diez minutos. «Hija, ¿estás bien?». La respuesta era siempre la misma: «Sí, mamá» y la menor seguía riendo con sus compañeras de juego. Una vez se asomó y Alejandra (nombre ficticio) no estaba. Alarmada gritó su nombre. Esperó su respuesta, pero sólo recibió silencio. «¡Alejandra!», «¡¡¡Alejandraaaa!!!», «Hija mía, ¿dónde estás?». Aterrada bajó corriendo al parque a buscarla. Angustiada preguntó a unos y a otros, pero nadie la había visto.
Minutos antes, un individuo muy musculoso y alto había engatusado a la pequeña. Con la sonrisa colgada en la cara se acercó a ella y le dijo: «Hola. ¿Sabes?, conozco a tu madre. Tengo que darle unas bolsas. Las tengo en el coche». El pederasta, con frases cariñosas, la convenció para que la acompañara al vehículo. Al llegar la invitó a subir a la parte de atrás a coger las bolsas. Cuando Alejandra lo hizo, cerró la puerta detrás de ella. Había caído en la trampa. El pederasta se sentó en el asiento del conductor, le pidió que se pusiera el cinturón e inició la marcha. A los ojos de los transeúntes era un padre llevando a su hija en el coche. Las posiciones en el vehículo no llamaban la atención. Uno delante, y la menor detrás. Condujo hasta un lugar escondido, sin testigos. Allí la obligó a sentarse en el lugar del copiloto y cometió la agresión. Alejandra había conocido a la encarnación del Mal. Al terminar le ordenó: «¡Siéntate detrás otra vez!». La menor, aterrorizada, obedeció enseguida. Volvieron a circular y, en un determinado momento, su agresor deslizó una frase que dejó a la pequeña conmocionada: «Dentro de dos días iré a buscarte. Te llamaré por el telefonillo».
Minutos después, su agresor paró en una calle y dejó que se escapase. Este instante fue recogido por las cámaras de seguridad de un establecimiento. Samuel, ex trabajador de la tienda, estaba en su puesto de trabajo cuando agentes de la Policía acudieron con urgencia a pedirle la grabación. «Espejo Público» lo localizó. Éste es su relato: «Me explicaron que buscaban a un padre que tenía problemas con su mujer y que había raptado a la niña. Querían revisar las imágenes. Vimos juntos la grabación. En la secuencia lo que se ve es cómo pasa un vehículo delante del establecimiento. Se para al lado de un descampado que hay cerca y sale una niña finita corriendo del vehículo como una loca, parecía que la persiguiese el mismísimo diablo. Salió y ni miró hacia atrás. Estaba aterrorizada». En realidad, lo que desvelan las cámaras es cómo el vehículo aparca, apaga las luces y durante casi tres minutos nadie se mueve de dentro. De repente, se abre una puerta y Alejandra corre como si en ello le fuera la vida. Luego, el coche enciende las luces, da marcha atrás y abandona el lugar.
La niña debía de estar sólo pensando en dejar atrás a su agresor, escapar de él y llegar a casa para que la protegiesen sus padres. No se fijó en nada. Sus piernas se movían impulsadas por el pánico. Cruzó una calle sin mirar hacia los lados. Las lágrimas le inundaban los ojos. Un conductor tuvo que frenar en secó. Su vehículo quedó a sólo unos centímetros de atropellar a la menor. El chillido de los frenos hizo que todos los presentes giraran la cabeza hacia el ruido. Alejandra, muerta del miedo, siguió llorando y corriendo. Terminó de cruzar la calle y casi se derrumba de los nervios. Allí una pareja, hombre y mujer, la vieron tan desconsolada que la ayudaron como pudieron. Les dio la dirección de su casa y hasta allí la llevaron.
LA RAZÓN ha logrado localizar a un testigo del «casi» atropello. Se trata de un hombre que conducía su vehículo cuando otro coche a su izquierda casi arrolla a la niña. «Serían las nueve y media de la noche. Iba conduciendo. Escuché un frenazo muy fuerte, delante a mi izquierda. Segundos después vi cómo una niña de unos cinco o seis años de edad, de piel oscura, pasó llorando a lágrima viva por delante de mi coche. La pequeña parecía asustadísima. En la acera una pareja de dominicanos comenzó a hablar con ella. La tranquilizaron y se fueron».
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