Religion
En las manos de la Esperanza, con olor a calentitos e incienso
Aunque las calles estén repletas de luces de Navidad y villancicos, y todo indique que no hay duda de que estamos en diciembre, hay, inevitablemente, un aire de mañana de Viernes Santo que inunda las calles de la ciudad. La Virgen ha bajado de su camarín en la noche de San Juan de la Cruz para llenar Sevilla de Esperanza en tiempos de todo lo contrario. Sí, está de besamanos la Virgen en la Basílica, porque aquí no se necesitan apellidos para saber que se habla de la Macarena. Colas interminables cruzan el atrio con el deseo de cruzarse con los ojos del rostro mariano de la ciudad. Ya lo dijo Rodríguez Buzón, «su pena de sal amarga» consigue que en la Resolana salga el sol de madrugada y que en diciembre se huela a clavel e incienso.
En los cenáculos de los capillitas se ha puesto del derecho y del revés la elección de unos nuevos estatutos y el futuro del legado de Adolfo Arenas en la calle San Gregorio, la ciudad ha vuelto a demostrar otra vez que hay circunstancias pasajeras y que lo que de verdad importa aguarda en los templos, donde se mantiene viva la llama que explota durante siete días cada vez que la primavera redescubre el sinfín de realidades de la Semana Santa. Las colas han sido las más populosas en la Basílica pero también ha habido otras, distintas, en la calle Pureza, al calor de la Esperanza de Triana; en Castilla, con La O; Loreto, en San Isidoro; Gracia y Esperanza, en San Roque o en la Trinidad. Dualidades de una ciudad que ya anuncia el nacimiento de Jesús y prepara los cirios para los cultos del Gran Poder la primera semana de enero mientras los Reyes Magos recorren las casas de los niños que sueñan con palmas de Domingo de Ramos. No en vano, Melchor, Gaspar y Baltasar, quienes ahora parece que fueron andaluces, llevaron al portal dos de los elementos más cofradieros que pudiera haber: oro e incienso como salidos de la calle Castellar o Alcaicería.
Pronto comenzará el collage maravilloso de las convocatorias de cultos en las fachadas de las iglesias para anunciar las verdaderas vísperas de la semana de Sevilla. Pero antes, los que no se pueden resistir a esperar el paso del tiempo hasta la Cuaresma se han puesto melancólicos y han depositado el beso de rigor en las manos de estas «reinas del dolor», que dijiera Ortiz Muñoz en 1943 mientras han cruzado la calle con un regusto en la memoria a mañana de cuerpo destemplado y olor a calentitos en la muralla.
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