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Bomberos: los otros héroes anónimos de la Guerra Civil

Entre 1936 y 1939 extinguieron los incendios de iglesias y edificios. Sufrieron la represión y las purgas. En «Cuando las sirenas no eran las nuestras» se cuentan sus historias

El autor, Juan M. Redondo, de "Cuando las sirenas no eran las nuestras"
El autor, Juan M. Redondo, de "Cuando las sirenas no eran las nuestras"Alberto R. RoldánLa Razón

El 18 de julio de 1936, cuando se inició la Guerra Civil, no fue un día especialmente significativo para el cuerpo de bomberos de Madrid: seis intervenciones y puede que la más aparatosa fue la que hicieron en la calle Toledo 37, donde se inflamó a gasolina en una vivienda y se llevó por delante algunos enseres. Dos jornadas después comenzó su batalla particular para atajar el fuego de decenas de iglesias ardiendo. 400 hombres formaban parte del cuerpo y, como sucedía en toda la población, cada cual con su ideología, pero con un objetivo común: atajar los siniestros. Así durante casi mil días de enfrentamiento entre el ejército republicano y los nacionales. Durante casi tres años hasta el 1 de abril de 1939. El detonante llegó meses después del inicio de la contienda, cuando la ciudad empezó a ser asediada. En ese momento, cayeron en la cuenta de que tenían dos frentes: paliar los efectos de los bombardeos y la artillería además de ocuparse de las intervenciones más cotidianas.

Todo ello lo cuenta Juan M. Redondo Toral en «Cuando las sirenas no eran las nuestras» (Libros.com). Redondo, que ha vestido el uniforme del cuerpo durante más de 35 años, empezó a tirar del hilo cuando vio una lápida en el Museo de Bomberos con nueve nombres «caídos por la Patria». «Cuatro de ellos eran jefes, de los seis que había en Madrid y me extraño porque era un cuerpo presuntamente de izquierdas y muy sindicalizado. Sin embargo, sus muertes fueron fruto de la represión republicana incontrolada del verano del 39. Hubo una depuración y acabaron con ellos por su militancia política, sus creencias...», dice Redondo.

Durante la investigación ha querido meterse en el pellejo de esos hombres, sobre todo a partir de la Batalla de Madrid, que se inició el 8 de noviembre de 1936, «cuando sonaban las sirenas de alarma, que no eran las nuestras, y los madrileños corrían hacia los refugios y las estaciones mientras ellos salían a las personas de los edificios colapsados y a apagar fuegos incontrolados. Los bomberos salían a mitigar de alguna manera todo el dolor y la destrucción incluso a costa de sus vidas. Fue uno de los momentos más heroicos de la Guerra Civil porque la gran mayoría supieron estar a la altura del las circunstancias y cumplieron con su deber por encima de las ideologías». Los puntos más codiciados, en la certeza de serían los que crearían más zozobra entre la población y la prensa internacional era el edificio de Telefónica (adonde se trasladaban los corresponsales extranjeros a enviar sus crónicas) y la Gran Vía.

Uno de los días llegaron a realizar hasta 97 intervenciones porque, a los estragos del conflicto bélico, había que sumar las salidas normales. Había una realidad paralela: incendios a causa del hollín y de los infiernillos, las inundaciones cuando se rompía alguna tubería, e incluso sacar alguna mula y caballos de alguna zanja». Durante un día hicieron hasta 97 intervenciones. «Yo no diría que doblasen turnos, creo que directamente no descansaban». La última salida que hicieron a causa de un obús fue el 18 de febrero de 1939 en el número 28 de la calle Hortaleza.

Terminada la guerra, la represión regresa y –como ocurrió cuando estaban en el punto de mira de los republicanos– llegó la de los vencedores. «Se iniciaron los fusilamientos y se sucedieron los consejos sumarísimos a cerca de 70 bomberos. 45 de ellos jamás pudieron volver a ejercer su profesión. Algunos sufrieron penas de cárcel y a otros se les conmutaron las penas de muerte».

Como Redondo apunta: «Ellos son una parte más de aquel despropósito en el que fueron asesinadas decenas de miles de personas pero nunca dejaron de estar al servicio de los madrileños en unos tiempos cruciales para la ciudad».