Opinión
Sarampión
Es triste que Mariano Rajoy no esté dispuesto a convocar elecciones pronto. Se entiende. Unas nuevas elecciones amenazarían el excelente momento que viven la economía y la creación de empleo, y no contribuirían a solucionar los problemas derivados del increíble éxito, tan anacrónico, del nacionalismo en nuestro país. Aun así, quizás unas nuevas elecciones contribuirían a acabar con ese sarampión en el que se ha convertido Ciudadanos.
Y no porque Ciudadanos sea, de por sí, un sarampión. Una parte de la sociedad española, en particular las elites y los jóvenes, que por naturaleza forman parte de las elites, demandan una nueva forma de hacer las cosas: nuevos hábitos, nuevos reflejos, nuevas caras. Las elites deben circular, según el ya clásico análisis de un gran pensador italiano, y el PP no ha sabido cómo facilitar el baile. El sarampión se refiere más bien a esa etapa de intensa felicidad, como la del primer amor, en la que se encuentran los dirigentes de Ciudadanos y que les lleva a aprovechar cualquier resquicio, no digamos ya cualquier fallo del Gobierno, para afirmarse como los únicos capaces solucionarlo todo sin desgaste, sin coste, aureolados siempre del don de la eterna juventud.
Llegar a este punto no habrá sido un camino fácil y también se entiende que lo quieran disfrutar, como se dice ahora. Otra cosa es que Ciudadanos confunda su euforia con el derecho a dar lecciones acerca de cómo se deben hacer las cosas y de cómo su naturaleza de partido centrista y sin estrenar ofrece una solución milagrosa a cada uno de los problemas del país, siendo así que las propuestas concretas son sumamente tenues, si es que llegan a existir más allá de lo que sugieren las encuestas.
Así que por el bien del propio partido Ciudadanos, lo mejor sería que llegasen pronto al poder, que se pusieran a gobernar, que empezasen a asumir las responsabilidades correspondientes. Y que se enfrentaran –sin descartar una posición de gobierno en minoría con quien le precedió en eso de la eterna juventud, que es la izquierda– a problemas que no tienen fácil solución, si es que la tienen.
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