Opinión

Cambio de look

El cambio de look de la ex diputada Anna Gabriel constituye un hecho paradigmático de la trayectoria del nacionalismo catalán en todas sus versiones, desde las conservadoras hasta las izquierdistas. Y se comprende porque no es lo mismo estar predicando en España la revolución anticapitalista mientras se alienta la república catalana que presentarse en Suiza para reivindicarse como una perseguida política que ha de exiliarse por sus ideas. Lo primero, es obvio, encaja bien con el estilo «aberchándal» –término éste acuñado con acierto por los guionistas de «Ocho apellidos vascos»–, pero lo segundo requiere la discreción propia de una modosa profesional de clase media. Lo uno no es lo mismo que lo otro, como refleja el peinado de la citada, y es preciso diferenciarlo para que no haya sorpresas indeseadas. La ex diputada Gabriel tiene claras estas últimas, pues se huele la tostada carcelaria y, según ha declarado, considera que será «más útil en libertad que detrás de las rejas».

Otros que han olisqueado la misma tostada son los políticos catalanes que han ido desfilando por el despacho del juez Llarena. Todos, uno tras otro, han ido desdiciéndose de los grandiosos días del referéndum y la declaración de independencia, de su impúdica exhibición de poderío para arrasar a la oposición parlamentaria o para mostrar el nacimiento de una nación levantada contra España, con bastones de mando incluidos, para pasar a minimizar su heroica hazaña y presentarla como un acontecimiento menor de carácter puramente simbólico, sin validez jurídica. Como se ve, el suyo ha sido un cambio de look más bien alegórico, sin modificaciones en el peinado ni en la vestimenta. Claro que, como dijo Enrique de Navarra, «París bien vale una misa» y no es lo mismo pasearse por las Ramblas –o por la orilla del lago Lemán, con su «Jet d’Eau» incluido– que ver transcurrir las horas por la pared de una celda carcelaria. Y si no que se lo digan a Oriol Junqueras.

Hay quien dice que todo esto no es sino una muestra de la cobardía generalizada entre los políticos catalanes, pero yo creo más bien que su conducta obedece al «arte dello Stato».

Maquiavelo, en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, escribió que «en las deliberaciones en que está en juego la salvación de la patria, no se debe guardar ninguna consideración a lo justo o lo injusto, lo piadoso o lo cruel, lo laudable o lo vergonzoso»; y parece que esos políticos son alumnos aventajados del inmortal florentino. Esperemos que los jueces del Supremo se atengan a la Ley y no se dejen llevar por ninguna razón de Estado.