Opinión

Despoblación

Tímidamente los poderes públicos empiezan a hacerse cargo del problema de la despoblación de la España interior. El escandaloso desequilibrio demográfico y el coste añadido que exige la dispersión de las poblaciones ha movilizado, por fin, a los Gobiernos regionales más afectados, que exigen al Gobierno central que se tenga en cuenta esta circunstancia a la hora del reparto del presupuesto a las comunidades. Y el Gobierno lo ha anotado en su agenda. La cercanía de las elecciones autonómicas y el desfallecimiento de los dos grandes partidos obligan a estos a jugar con fuerza esta baza, que tiene mucho que ver con el bienestar social. La idea es recuperar así, de paso, la fuerza electoral perdida en sus escenarios tradicionales y la iniciativa política frente a las nuevas fuerzas emergentes. El problema es serio. Asistimos a la eliminación histórica de una forma de vida. La mitad de los ocho mil municipios están en trance de desaparecer. La despoblación afecta, como se sabe, a toda la España interior. Pero hay una provincia castellana, cargada de cultura, de historia y de leyenda, que ha llegado al límite de la supervivencia. Hablo de Soria, que es mi patria. Y no me importa ser cargante. Con las estadísticas calientes en la mano, el censo de toda la provincia no alcanza los 89.000 habitantes, casi la mitad residentes en la capital, lo que da idea del inmenso desierto demográfico alrededor y del riesgo evidente de que Soria, una extensa provincia de 10.306 kilómetros cuadrados, desaparezca como entidad administrativa. De los 183 municipios, 121 están abocados a desaparecer. Dos de cada tres pueblos tienen menos de cien habitantes. Cada año el censo de los muertos supera con mucho al de los nacidos. Los vecinos de las villas y aldeas son cada vez menos y más viejos. La lista de pueblos abandonados es ya interminable y aumenta de año en año. Todas las ayudas públicas, incluidas las europeas, serán pocas para superar el injusto desequilibrio que sufre la España interior. Transportes, comunicaciones, brecha digital, dependencia, infraestructuras, servicios sanitarios y educativos, exenciones fiscales a las empresas, ayudas a la industria alimentaria de calidad y al turismo rural, estímulos a los jóvenes profesionales para que vayan a vivir al mundo rural, etcétera. Hay que dejarse de remiendos y elaborar de una vez un plan global e histórico, con un presupuesto adecuado. Y, desde luego, para Soria, dada su desesperada situación, urge un generoso plan de choque, que bien podría ser a la vez el «plan piloto».