Opinión

El Hombre de Mármol

Tenemos una enfermiza proclividad a tergiversar los datos, edulcorar la realidad y errar en el pronóstico. Quizá se deba a la opulencia que nos rodea, porque aplicamos los mismos criterios a todo el mundo y olvidamos que somos parte de ese 10 por ciento escaso de la Humanidad que vive en países donde se respetan los derechos humanos, funciona la separación de poderes, hay seguridad y no se deja reventar al menesteroso.

Patinamos los occidentales cuando intentamos implantar la democracia en Irak y Afganistán o cuando aplaudimos ese entelequia llamada «primaveras árabes» y volveremos a pifiarla si no atinamos con Rusia.

La tesis que se ha impuesto aquí es que la cuarta reelección de Putin es mala para el mundo y desastrosa para los rusos. Cierto que con Trump en la Casa Blanca y con Xi Jimping en China, que se consolide en el Kremlin semejante autócrata resulta inquietante, pero hay opciones peores y en concreto que Rusia caiga en la inestabilidad y el descontrol.

De la misma forma que Alemania adoró a Hitler, Italia a Mussolini y España a Franco –algo que estará pronto prohibido recordar–, Rusia amó a Stalin y ni siquiera ha intentado borrar sus huellas. En la Plaza Roja de Moscú, detrás del mausoleo de Lenin, hay un busto de granito bajo el que reposan los restos de Stalin y no hay día en que no llegue gente a depositar flores.

No es que los rusos añoren los 72 años de la URSS y el despiadado totalitarismo soviético, pero lo ven como parte de un pasado en el que fueron o al menos se sentían grandes y respetados.

Medir a Rusia con criterios financieros y zanjar el asunto despectivamente, subrayando que tiene una economía equivalente a Italia, es un error de bulto. A diferencia de nosotros, siguen siendo muy nacionalistas. También son un pueblo guerrero, que en el siglo XIX entró en París persiguiendo a Napoleón, en el XX asaltó Berlín pisando los talones a los nazis y en el XXI sigue jugando a gran potencia y dispuesto a pagar el precio que haga falta.

Vladimir Putin, ex agente del KGB, despiadado y capaz de ordenar matar si le viene bien, ha sabido explotar esas vetas y transmitir la idea de que con él está garantizado el «orden».

No necesita más para ser reelegido en 2024.