Opinión

Revolución del «gratis total»

De no ser porque uno de los tres poderes del Estado, el Judicial, se ha limitado a hacer sencillamente su trabajo frente al desafío secesionista catalán, abstrayéndose de los criterios eminentemente políticos del Ejecutivo y del Legislativo, hoy sería muy probable que estuviéramos lamentándonos de la misma sensación de impunidad que, especialmente desde los albores del fracasado «procés», presidía todas las acciones de sus impulsores. Tal vez por ello, los amigos de los órdagos al Estado y de las revoluciones «gratis total» hayan optado por esa especie de «parada técnica» que consiste –comprobado cómo se las gasta un Estado democrático de derecho– en no traspasar las líneas rojas de la legalidad, pero al mismo tiempo en silbar y mirar hacia arriba cuando se trata de condenar acciones violentas de los más radicales por minoritarios que sean.

Paradigma de ello viene siendo Roger Torrent, ya saben, ese joven con rasgos de modelo de cosmética facial masculina, del que a las pocas horas de asumir el cargo como presidente del Parlament se destacaban sus esperanzadoras maneras de moderación en el lenguaje y espíritu ponderado. Hasta alguna autorizada voz de la Moncloa sucumbió a tanta «ecuanimidad». Torrent, al frente de la renqueante mayoría independentista de escaños en la Cámara que preside, se ha convertido en el mascarón de proa de un supuesto movimiento en pos de la regeneración democrática que trata de hacerse tan viral como la anterior superchería del «derecho a decidir porque sí», con la consiguiente atracción centrífuga hacia todo aquel –obsérvese a los sindicatos UGT y CCOO– que tenga prisas por renovar el carnet de «progre». Ocurre, sin embargo, que las cartas a estas alturas de la partida están bastante boca arriba y lo que el presidente del Parlament muestra es a un uniformado líder bananero que trata de silenciar a más de la mitad de sus compatriotas a costa de la obcecación por el capricho de una «republiquita propia de la señorita Pepis».

Torrent sabe que reclamar el blindaje de determinados dirigentes frente a la ley no es un derecho, por mucho que llame a convertir la sede del Legislativo en una especie de plaza de Mayo sobre la que dar vueltas pañuelos blancos sobre la cabeza. Pisotea su cargo ejerciendo de portavoz parlamentario del bloque independentista y cabalga peligrosamente a lomos de un tigre impotente, herido y hambriento de revolución por la vía de la violencia impune y el «gratis total». Ergo, visto lo visto y dado que el «155» en su aplicación «light» ha obviado sacar toneladas de basura bajo las alfombras de la Generalitat, nos queda al menos lo más fiable, fuerzas de seguridad y jueces haciendo su trabajo. Ni más ni menos.