Opinión

Primer asalto

Tenían razón en el círculo más estrecho del poder cuando avisaban: «Cristina Cifuentes será contundente». Lo fue. La presidenta autonómica supo salir airosa del asalto ante la Asamblea de Madrid tras las dudas alimentadas sobre su máster. Reflexiva, apasionada, en ocasiones airada, solemne. Su equipo admitía que se había preparado la comparecencia a conciencia. Cifuentes se preocupó de buscar las palabras exactas, de evidenciar que el «escándalo» se lanza coincidiendo con «una operación política y de descrédito contra ella» y de mostrar documentos compulsados de la Universidad Rey Juan Carlos para proclamar que no hubo «ni falsedad, ni falsificación»: «El título es perfectamente real y legal». En un discurso encendido, muy sólido, la lideresa regional también evidenció tener reservados varios «golpes» para el futuro y desmontó algunos extremos espinosos que pululaban en el debate público. Defendió como «práctica habitual» que «en cursos de posgrado se acepten alumnos una vez iniciado». Reconoció su absentismo en las aulas, pero explicó que esos estudios «se adaptan a los horarios de los alumnos que trabajan y yo me acogí a ello». Ningún trato de favor por tanto. Cifuentes puso su credibilidad en juego. Apostó el todo por el todo. Porque, a pesar de su rotundidad, la oposición, empeñada en contradecirla con un relato diferente, más cerca de la soflama que del sentido común, se negó a creerla. Un «papelón» el de los portavoces de la oposición. Ella se sabía condenada de antemano. La única intención era destruirla personalmente. Una cacería en toda regla contra la que, lógicamente, la presidenta se revolvió: «¿Qué será lo siguiente que se inventen a medida que todo el relato se vaya desmoronando?», alumbró en una de sus frases. En el PP, la tensión interna se convirtió en sosiego tras escucharla. «¡Ha estado de diez!», convinieron a la salida diputados populares.