Opinión

Legitimidades

Lamento abundar en la desfachatez intelectual de quienes una y otra vez niegan el golpe en Cataluña. Para explicar que el ataque a la legalidad, con la intención de subvertirla, fuera perpetrado por una parte del Estado, pues no otra cosa era el presidente de la Generalidad, aluden al choque de legitimidades. A un lado un gobierno autonómico en rebeldía. Al otro los tribunales, el Estatuto de Autonomía, la Constitución y una docena de artículos del Código Penal. ¿Legitimidades? Las que emanan de unas mayorías políticas que facultan para patinarse la ley. ¿Violencia? Bah, casos puntuales. Accidentes. Minucias. Como los 12 ataques contra la delegación de Ciudadanos en Hospitalet en dos años y medio; el último anteayer, rociada con mierda. O las amenazas de muerte a líderes de Ciudadanos, PSC y PSOE. O los escraches al juez Llarena y a los fiscales. O el acoso a los Guardias Civiles, y a sus hijos, etc.

Todo, la violencia que niegan, el proceso revolucionario, el espectáculo por Europa, los CDR, la campaña de difamaciones, bebe de una coartada legendaria y se alimenta de un zarpazo mítico: la sentencia del Constitucional de 2010. En la que niega cualquier posibilidad de desarrollo plurinacional de España y esa suerte de síndrome de las muñecas rusas, con una nación de la que brotan otras naciones hasta alcanzar la muñeca mínima, la muñeca cero, y su disolución. Los partidarios de las legitimidades enfrentadas descartan, por legalista, lo prescrito por el Constitucional, cuando explica que el preámbulo del Estatuto, que habla de sentimiento y voluntad y nación catalana, carece de entidad jurídica. La idea, dicen los jueces, es perfectamente legítima, pero jurídicamente inane. Al menos mientras no cambiemos la Constitución previa pregunta al único sujeto capaz de acometer la reforma, el único al que le corresponde la soberanía, el pueblo español. Lo peor, lo más injusto, las continuas alusiones al torvo nacionalismo centralista en el que supuestamente militan quienes descreen del nacionalismo periférico. Lo detectan en cuanto divisan una rojigualda en los balcones. Las banderas secesionistas, en cambio, les parecen emblemas de libertad.

Todo esto en el país que superó los embates del terrorismo de ETA sin abrazar el extremismo, ¡y ni siquiera encarar la discriminación lingüística!, y los del yihadismo sin resbalar hacia la sucia xenofobia. El mismo país, ajá, donde el padre espiritual del procés recibió la Orden del Mérito Constitucional.