Opinión
No vamos a pagar
En los tiempos digitales la memoria real apenas existe. Los datos –nombre del asesinado, fecha del crimen, juicio si lo hay– se hibernan en la red, pero lo que significan se pierde. Los computadores archivan por igual las cuentas nacionales, la muerte de un cantante o el exceso de tráfico. Vivimos la paradoja de disponer de todos los detalles sin que por ello conozcamos lo que indican. La manipulación es más fácil que nunca. Por eso los jóvenes han recibido la noticia de la «disolución de ETA» como una noticia excelente. Porque no pueden acordarse de lo que no vivieron y nadie les explica. A los mayores, el aquelarre de pasado mañana en Francia nos dice tan poco sobre la paz como Otegui.
Recordamos los funerales vacíos de los guardias civiles y ertzainas mes tras mes. Los silencios de los vecinos acobardados; las huchas de las herrikotabernas para ETA. Las autoridades locales que se ausentaban de las exequias, como recuerda siempre Maite Pagazaurtundúa. O ese piso pequeño del Goierri, con fotos anaranjadas por el tiempo y tapetes de ganchillo en los brazos de los sofás, donde una viuda apergaminada contaba que siempre le había ocultado a su hijo que el padre había sido asesinado por la banda, no fuesen a maltratarlo en el colegio. ¿Cuántos psiquiatras han intentado borrar los destrozos? Las adolescencias desnortadas de los chicos sin padre, la impotencia de la madres, las pesadillas de los lisiados, el dolor de saber con 18 años que no lo atropelló un camión, que a tu padre le dieron un tiro en la nuca.
ETA no mata porque ya no puede, porque los guardias civiles acostumbrados a recoger los despojos de sus compañeros en el monte no se lo permiten. Pero ETA no sólo sigue vive en las almas de sus adoradores, sino en las instituciones que se esfuerzan por hacer realidad sus ideales y en las personas que le labran una hermosa fama post-mortem.
Para eso es lo del viernes en Kanbo, que en realidad es un pueblo francés, Cambo-les-Bains. Para rendirse no hacen falta mediadores internacionales pagados, ni teles, ni la presencia del PNV. Sólo hace falta decir: les ayudo a resolver los más de 500 casos que quedan, ahí va mi mano, pido perdón y acepto la cárcel. Luego, ya se verá. Pero lo de Francia es otra cosa. Es intentar ponernos de nuevo el dogal al cuello: «Mira cómo se han disuelto pacíficamente... a ver cómo se lo paga el Estado español». Que la banda busca devolver los presos al País Vasco es cosa que han concedido hasta los mediadores. Quieren un «do ut des». Y no, no vamos a pagar nada de nada.
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