Opinión

La hora de las arengas

Mariano Rajoy tiene ya el apoyo para los presupuestos con el consiguiente salvoconducto para agotar la legislatura, lo que algunos no dudan en situar como uno de los más egoístas gestos políticos de nuestra historia reciente. No le interesa, dicen, ni el país ni la suerte de su partido camino de quedar hecho unos zorros tras lo que pueden ser casi dos años aún de ausencia de iniciativas legislativas y parálisis institucional. Una nación gobernada gracias a la vigencia de los presupuestos a golpe del automatismo que garantizan los servicios generales de la administración. Todo por sumar años en la Moncloa. Un análisis que se ofrece cuando menos como difícilmente sostenible.

Rajoy es el primero en saber que lo único capaz de revertir parte de la delicada situación es el tiempo. Ese eficaz y fiel aliado que nunca falló al presidente. Que el crítico momento actual por el que atraviesa el PP es susceptible de empeorar resulta tan cierto como que solo desde el Gobierno se pueden activar los resortes para que se torne en susceptible de mejorar. Con la gobernabilidad de mínimos garantizada por los presupuestos, Rajoy podrá dedicarse a una labor de recuperación del terreno que solo será posible reactivando la maquinaria del partido a través del estado de ánimo. El presidente ha tenido que volver a enfundarse las botas de pocero electoral y salir de la Moncloa para predicar.

Este pasado fin de semana lanzando a Ciudadanos desde Alicante el envite de dar gobiernos municipales a la lista más votada, el próximo sábado acudirá a Cádiz y el periplo no va a cesar hasta la convocatoria electoral de autonómicas y locales. Solo desde el Gobierno se pueden vender la subida salarial a funcionarios o el aumento de las pensiones y solo con el partido rescatado de la melancolía puede darse la batalla, no tanto por evitar un desalojo del poder que parece inevitable y con tintes de cambio de ciclo, como por frenar la tendencia al pánico cuando no a la desbandada propia. Al centro derecha sociológico como a los inversores que buscan estabilidad poco les preocupa qué siglas acaban siendo la referencia de ese espacio ideológico, sencillamente saben que alguien estará ahí para ocuparlo. Rajoy no podrá dedicar la última etapa de su mandato a esa frenética actividad internacional a la que tanto gusto le cogieron sus antecesores.

Sabe que su destino, hasta que su condición de clave de bóveda del partido haya sido reemplazada con garantías, habrá de ser la arenga en una interminable precampaña hasta los comicios territoriales de la primavera. Del resultado de esa cita dependerá si hay control de daños de cara a las generales o el abismo y la desbandada. Los dirigentes regionales populares han escuchado estos días por boca del presidente su convencimiento de que, igual que en 2015, las encuestas se pueden revertir. Quieren creerle a pesar del pánico que les atenaza. Por eso necesita tiempo... «el tiempo y yo contra otros dos».