Opinión
Voluble ciudadanía
Uno de los problemas que plantea la ruptura del pacto del 155 por Albert Rivera es que define a su partido por lo que no quiere ser. Es una consecuencia de la obsesión por dar prioridad a lo que ahora se llama posicionamiento sobre el fondo programático. Rivera también parece haber cedido a su impaciencia por el tratamiento que se le inflige desde el PP, lo que no habla bien de su capacidad de aguante. Habrá de ser mucho mayor si llega a presidir el Gobierno central. Así que el mal humor le habrá llevado a intentar encabezar esa posición, extendida en parte de la opinión pública, según la cual el Gobierno está aplicando un 155 light, descafeinado o minimalista, como quiera llamársele porque adjetivos no faltan.
Durante mucho tiempo Rivera no quería que se aplicara el 155. Entre sus votantes catalanes parecían estar entonces muchos que el Rivera de hoy en día llamaría tibios, a juzgar por lo que dijo en el Congreso. Solo tras el 1-O y el discurso del Rey se animó Rivera al 155. Por mucho que desde entonces Ciudadanos haya caído en la tentación de proclamarse el campeón único de la nueva situación, lo cierto es que aceptó el pacto con todas sus consecuencias: como una intervención limitada, en lo posible, a la gestión hasta que se pusiera en marcha un nuevo Gobierno catalán.
Podrá gustar más o menos, y es bastante más de lo que se dice, pero eso es lo que Ciudadanos había respaldado hasta antes de ayer.
Como parece que el 155 tiene los días contados, el nuevo cambio de Albert Rivera apenas influye en la crisis.
Y da por terminado el pacto para después de la formación del nuevo gobierno catalán. Por defecto, la nueva posición obliga a Ciudadanos, la fuerza mayoritaria en Cataluña, a tomar la iniciativa allí como hasta ahora no la ha tomado.
Entonces habrá llegado el momento de demostrar lo que se quiere hacer. Solos, eso sí. Si es eso lo que quería Rivera y su grupo, bienvenidos a un mundo donde cada uno se define por lo que es.
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