Opinión

«Si queréis, nos vamos»

Las réplicas del terremoto con epicentro en el chalé de la sierra de Madrid, valorado en más de 600.000 euros, han sacudido los cimientos de Podemos. La compra de Pablo Iglesias e Irene Montero ha monopolizado la vida del partido. Conviven la sorpresa, la irritación, la desavenencia y el nerviosismo por las dimensiones que ha tomado la polémica por la nueva residencia de sus líderes. En el horizonte aparecen curvas peligrosas. Los mayores desvelos pasan por el impacto en términos políticos que pueda dejar la adquisición: cuánto pueda desgastar la marca morada, si el recuerdo de la propiedad va a poder borrarse del imaginario colectivo o si va a arrastrar la imagen de Iglesias y de Montero. «Está claro que esto nos perjudica a todos, a todo Podemos». «Aquí puede pasar cualquier cosa». Las frases se han repetido en las últimas horas entre los diputados de Unidos Podemos, que se han tropezado con el chalé de forma imprevista.

Muchos parlamentarios aprietan los dientes, pero se reconocen superados por el deterioro. En un principio les llegó a parecer una anécdota, y en la misma cúpula de la organización dieron por descontado que la tormenta de la casa en La Navata, con vivienda para invitados, piscina privada y unos 2.000 metros cuadrados de parcela, se disiparía rápidamente. Pero habían pasado por alto la hemeroteca. De hecho, las alarmas saltaron cuando las redes sociales se llenaron de comentarios que Pablo Iglesias había hecho en el pasado, comprometiendo así su credibilidad. El mismo entorno del líder había olvidado sus palabras en un programa de Ana Rosa Quintana del lejano 2015, cuando renegó de «los políticos que viven en Somosaguas, que viven en chalés», «aislados», «que no saben lo que pasa». Tampoco recordaban el tuit cargando contra el ministro de Economía, Luis de Guindos: «¿Entregarías la política de un país a quien se gasta 600.000 euros en un ático de lujo?» se volvió viral. De pecados originales va la polémica. Por eso mismo, la necesidad de aclaraciones.

Que su fulgurante carrera política esté cimentada en la crítica a «la casta y lo que conlleva», combinado con la exhibición de fotos y detalles íntimos de la vivienda, forzó a Pablo Iglesias e Irene Montero a emitir un comunicado donde intentaban normalizar el hecho de que asumirán entre los dos una hipoteca de 540.000 euros (más de 1.600 euros mensuales, costes de mantenimiento aparte) contando con la ayuda de sus padres, y apelaban a la intimidad de sus mellizos, que nacerán en otoño, para justificar su elección. Iglesias y Montero demostraban así –más allá de proyectos como el de asaltar los cielos– ser personas con objetivos a escala humana: ganarse la vida, prosperar, formar una familia, educar a sus hijos... Más allá de esa nota, Iglesias ha caído en la tentación de desaparecer del mapa. Lo hizo literalmente hasta este sábado, porque, en contra de lo que suele ser habitual en él, ni siquiera ha almorzado junto a los suyos en la cafetería de la tercera planta de la ampliación del Congreso.

«Pablo está trabajando», ha venido insistiendo su equipo de colaboradores. Sin ofrecer mayores detalles. Probablemente, el secretario general de Podemos se encerró en el piso alquilado junto a su portavoz parlamentaria y compañera sentimental en Rivas-Vaciamadrid. Iglesias vació la agenda y pretendía inicialmente permanecer alejado de los focos incluso hasta el próximo martes, cuando el Pleno del Congreso arranque la votación de las partidas de los Presupuestos Generales del Estado. La facción anticapi lo ha hecho imposible al aprovechar la ocasión para embarrar el terreno que pisa el secretario general de Podemos. El alcalde de Cádiz, José María González, «Kichi», fue implacable: «No quiero dejar de vivir ni criar a mis hijos en un piso de currante». El asunto ha visibilizado la llamativa falta de olfato de Podemos para darle carpetazo.

Si el mismo día en el que saltó la noticia Iglesias hubiera salido a la palestra y hubiese reconocido sin adjetivos ni recovecos una decisión familiar de la que no debe avergonzarse, tal vez podría estar a día de hoy centrado en disfrutar de su compra. Tres días tardó, de manera apresurada, en dar la cara este sábado por la tarde ante la opinión pública. Junto a Irene Montero, el líder morado ha anunciado un plebiscito a la militancia sobre si deben seguir al frente de sus responsabilidades políticas o dejan sus cargos. La respuesta a la consulta será «sí o no». «Lo sensato es que esta decisión la tome la gente que nos colocó donde estamos», subrayó Iglesias. En román paladino, «si no nos queréis, nos vamos», vino a decirles.

Planteado el pulso, fuentes solventes venían destacando que si algo ha molestado a Iglesias es «la pérdida de intimidad». Esas fuentes señalaban que «Pablo no había querido delegar en nadie la selección de casas, incluso llamaba personalmente para cerrar las citas y sin ningún problema se presentaba al dar su nombre como el secretario general de Podemos. Por tanto, ver las fotos de su hogar familiar en todos los medios, le ha enfadado». Y así lo trasladó a su núcleo duro, a los que han dado la cara por el jefe de filas. Empezando por Montero que, cumpliendo con su obligación, ofreció la habitual rueda de prensa posterior a la Junta de Portavoces y circunscribió la operación inmobiliaria a un proyecto que llevaban tiempo planeando.

Mientras otros se han puesto de perfil, quien se ha ido encargando de asumir las labores de apoyo ha sido el secretario de Organización, Pablo Echenique, quien junto a Juan Carlos Monedero, ha demostrado ser un puntal para la pareja. Con todo, la imagen de la formación morada ha quedado tocada. No cabe duda. Porque, en este caso, el problema lo tiene Pablo Iglesias sobre todo con las bases que guardan las esencias del espíritu regenerador del 15-M.

A buena parte de ellos, de los indignados por una crisis social que los dejó en la cuneta, les ha roto todos sus esquemas. Para bien o para mal, ésa es la cuestión que trae de cabeza a Podemos.