Opinión

¿Una España mejor?

La semana pasada, Mariano Rajoy se despidió señalando su orgullo por dejar tras de sí una España mejor que la que encontró. Objetivamente hablando, esa afirmación no es verdad. Rajoy llegó al poder con una abultadísima mayoría absoluta otorgada por los ciudadanos para corregir los excesos de ZP y la pésima situación económica. Casi todo ha empeorado estos años. Mantuvo la criminal ley del aborto, avanzó la ideología de género incluido un ministro de Justicia arrodillado ante las turbas callejeras, no tocó la sectaria ley de memoria histórica y cedió todavía más ante los nacionalistas vascos y catalanes. Por si fuera poco, su ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, ha convertido a España en la nación con mayor esfuerzo fiscal de la OCDE, ha vulnerado principios elementales del derecho, se ha ciscado en la Constitución como han reconocido sesudos catedráticos en la reciente declaración de Granada, no ha cumplido con el objetivo del déficit en seis años y ha colocado la deuda pública del cuarenta por ciento de ZP en un cien por cien oficial aunque hay expertos señalando que es muy superior.

En términos institucionales, Rajoy transfirió constantemente el dinero de otras regiones a Cataluña – incluido el empleado para el golpe del 1-O según señalan las Fuerzas de Seguridad del Estado– toleró un golpe catalán que luego llevó a otro más grave, ha mantenido a las franquicias de ETA en las instituciones y ha aplicado un art. 155 emasculado que ha dejado a los pies de los caballos a los catalanes que se sienten también españoles. No sorprende que el PP haya perdido tres millones de votos –prácticamente uno de cada cuatro votantes– que tenga un pavoroso futuro como partido, que la derecha esté resquebrajada, que haya llegado al parlamento una izquierda chavista y que hasta un político con menos de un centenar de escaños se haya convertido en presidente de Gobierno. Rajoy encontró una España penosa fruto de la acción de ZP, pero dispuesta aún a otorgar una confianza aplastante a alguien que la sacara de esa situación. Tras de sí, Rajoy deja una España angustiosamente frágil. Situada al borde del abismo, corre un peligro nada imaginario de que le den el último empujón. Todo esto se lo hubieran ahorrado España y el PP si la dimisión de Rajoy del martes hubiera tenido lugar en su momento, es decir, hace cinco años.