Opinión
El paso del tren gallego
Cuarenta y ocho horas antes de tirar la toalla, Alberto Núñez Feijóo comentó a un amigo: «Me siento fuerte, claro, pero también pienso en Eva (su mujer) y en Alberto (su hijo de 15 meses)». Era su momento pero todo resultó un espejismo. Ni siquiera el propio Mariano Rajoy sabía de su renuncia. Los colaboradores más cercanos a Feijóo, a toro pasado, explican lo ocurrido: «Careció de garantías de cohesión y apoyo internos para asaltar La Moncloa, además de pesar notablemente su situación personal».
Era consciente de los riesgos a los que se enfrentaba. Atrás quedaban meses de trabajo oculto, prodigándose en apariciones públicas en Madrid. Núñez Feijóo contaba con que Rajoy permaneciese en el poder hasta 2020, cuando están previstas las elecciones gallegas, y antes lo señalase como heredero desembarcando a su vera con tiempo suficiente. Al menos, como portavoz del Gobierno: «Fueron innumerables las ocasiones en las que Alberto denostó ante Mariano la figura de Iñigo Méndez de Vigo como voz y rostro del Gobierno», rememora un próximo a ambos. El desalojo provocado por la moción de censura hizo saltar sus planes en mil pedazos. De alcanzar la Presidencia del PP en este momento, sería con todo en su contra. En primer lugar, sin escaño en la Carrera de San Jerónimo. Y, además, tras una carrera interna muy complicada donde sabía que al menos debería enfrentarse a Pablo Casado y Soraya Sáenz de Santamaría. Ni que decir tiene que a algunos círculos de poder populares se les cortó la respiración ante la abrupta deserción de Núñez Feijóo. La decisión del presidente de la Xunta forzó movimientos precipitados, como los de Dolores de Cospedal, quien, sin tenerlo previsto de antemano, decidió ofrecer en abierto el discurso ante su dirección regional, confeccionado a toda prisa durante la noche antes. Era obligado para la secretaria general aspirar a lo más alto, toda vez que sabía de sobra que Sáenz de Santamaría preparaba su lanzamiento a la carrera y que Casado ya había saltado a la arena. Hechos los anuncios, arrancaron los posicionamientos y las presiones sobre los diputados nacionales, principalmente por parte de los sorayistas. «Durante los últimos años, con Soraya en la Vicepresidencia, no existíamos ni nos dirigían la palabra, ahora las llamadas son incesantes», me confesaba un parlamentario. Mientras, cobraba fuerza la alternativa de Pablo Casado como el mejor aspirante para que no se rompa el partido tras la marcha de Rajoy y los inesperados nones de Feijóo.
En medio de la refriega, Alberto Núñez Feijóo ha dado un coletazo más, dejando la puerta abierta a intentar su irrupción nacional cuando termine su mandato. «Si en 2020 tuviese la oportunidad en un congreso de presentar mi candidatura, estaría a disposición del partido si me necesitasen». Ese quedarse en la reserva, por lo que pueda pasar, del presidente gallego, es para muchos la prueba evidente de que había visto frustrada su pretensión de ser el nuevo líder del PP «por aclamación». «Era lo mínimo que se merecía el único presidente autonómico que tiene el partido ahora con tres mayorías absolutas a sus espaldas», apunta un diputado gallego. Cabe interpretar, desde luego, que su apuesta era la estrategia de los hechos consumados. Pero la operación Núñez Feijóo como candidato único de consenso, impulsada por dirigentes como Fernando Martínez-Maillo, saltó por los aires rápidamente. El tren gallego, al menos de momento, ha pasado.
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