Opinión

Hasta el discurso del ex presidente causa recelo

«¿Quién va a hacerse con el liderazgo del PP?», pregunto a un sorayo y a una pablista. «Soraya, de calle», asegura el uno. «Pablo, pero debemos ser prudentes», contesta la otra. La exhibición de poder «aparatero» de Sáenz de Santamaría no ha logrado amilanar a Casado. A pesar de la momentánea tregua concedida por la tradicional cena de verano del Grupo Popular, el ambiente fue «raro», en palabras de un asistente: está por medio la disputa por el control del partido, centrada en los 3.184 compromisarios para sumar nuevos votos, uno a uno, e imponerse como sucesor/a de Rajoy. En esta tensa cuenta atrás surgen prevenciones incluso sobre el discurso de despedida que pronunciará el aún presidente en el cónclave. Cualquier pronunciamiento que pueda interpretarse a favor de una de las dos candidaturas supondría un motivo más de disputa. El aparato se ha inclinado por la ex vicepresidenta, pero son los compromisarios quienes deciden el futuro.

La carrera está teniendo de todo, temores ante el día de después, amistades y lazos familiares reconvertidos en hondas tiranteces entre compañeros. Hay algunas provincias donde la división entre sorayos y pablistas ha llegado a tal punto de beligerancia que algunos la asemejan al choque entre hutus y tutsis. Está ocurriendo en Andalucía, el territorio más numeroso en inscritos y compromisarios, donde Juan Manuel Moreno se ha jugado el todo o nada por Sáenz de Santamaría, con zancadillas impropias contra Casado, sin excluir telefonazos para evitar ciertas presencias en sus actos. Y, sobre todo, con las escaramuzas de Javier Arenas, quien se juega su supervivencia al triunfo de la ex vicepresidenta. Según me detallan fuentes solventes, asumió en primera persona el encargo de telefonear a Casado para reclamarle que se integrase en la lista de su rival. El joven aspirante le dejó claro que irá hasta el final.

La implicación de Javier Arenas en favor de Santamaría supone su primera victoria personal desde su dramática despedida del timón andaluz. Su influencia en el PP nacional volvería a dispararse si es la ex vicepresidenta quien gana la contienda.

A ella le atribuyen algunos enemigos internos, por su pasado control del CNI, la posibilidad de envenenar aún más la confrontación. Es imposible saber si son ciertas las acusaciones, pero ella ha arrastrado sin inmutarse esa leyenda negra. «Puedo asegurarlo: yo no he matado a Kennedy. Y a Manolete tampoco», bromeó recientemente para sacudirse la máxima. Sin más.