Opinión

Día de elección

El futuro, contra lo que algunos creen, nunca está escrito, pero es un fuego que se aviva sobre los rescoldos del pasado. Si éstos están a punto de extinguirse, la llama será efímera; si por el contrario son brasas ardientes que se han conservado entre la ceniza, activarán una hoguera vigorosa. La historia está llena de ejemplos en los que las decisiones adoptadas en momentos de tribulación conducen inevitablemente al fracaso o, todo lo contrario, suscitan un cambio que promete el éxito. Hoy el Partido Popular se enfrenta en su congreso a un dilema de esta naturaleza, de manera que el resultado de la votación a la que están llamados sus compromisarios determinará el porvenir del partido y, con él, el del alcance de la reconstrucción política del centro-derecha en España. En un país como el nuestro, en el que los electores moderados que quieren estabilidad y progreso constituyen una mayoría clara, esa resolución será crucial sobre todo para lograr que el país no se deslice definitivamente por la senda populista y disgregadora a la que le ha conducido la censura de Rajoy y la elección de Sánchez.

Esa censura no fue fruto de la casualidad, sino de la decadencia de un proyecto político que había llegado a su límite y que se había visto abandonado de apoyos entre unos ciudadanos que habían soportado la crisis no sólo a costa de su bienestar, sino también de sus convicciones. La política de Rajoy acabó asolando a unas clases medias que se empobrecieron porque sus empleos se tambalearon, les subieron los impuestos mientras el gasto público seguía registrando derroches, vieron cómo su país se desmembraba en Cataluña y, para más inri, en el momento final se entregaba a la voracidad de los nacionalistas vascos para hacer caja. Si alguien hubo que modeló gran parte de las decisiones que condujeron a ese resultado, fue Soraya Sáenz de Santamaría, la candidata que se presenta hoy vacía de ideología y dispuesta a transigir porque cree que es así como se ocupa el espacio del centro, esgrimiendo para sí la razón burocrática.

Pablo Casado, en cambio, ha preferido retornar hacia las ideas seminales que engrandecieron su partido, amparando bajo su proyecto a los que, en la España de los balcones, no se conformaron con el conservadurismo, reclamaron una reforma institucional y se rebelaron contra el secesionismo nacionalista. La suya es la razón patriótica que, no exenta de idealismo, se sabe consciente de la realidad.

No sé quién ganará porque no puedo ver en las semillas del tiempo. Pero sí vislumbro que, si es ella, no llegará lejos. Y si es él, se abrirá una promesa.