Opinión

Franco y Quim Torra

«La calle es mía». La equivocada declaración de Manuel Fraga siendo ministro de Interior es a la que parece agarrarse Quim Torra cuando hoy día reina la democracia. Cruces en las playas o un restaurante cuyo menú ofrece «Guardia Civil a la brasa» son muestras de que el espacio de todos ha sido «expropiado» por el independentismo para ser ocupado por su simbología. Quemar la bandera de España, pitar al Rey o abuchear el himno nacional debe entenderse como muestras de «saludable» libertad de expresión. Eso sí, quitar los lazos amarillos de las calles es una práctica tan intolerante que obliga a la actuación de los Mossos. En este caso, además, bienvenida sea la vilipendiada «Ley Mordaza», que ahora juega a favor de sancionar «a los malos». El mundo al revés: tolerancia con lo ilícito y «palo largo» con el que simplemente pide respeto a la ley.

Cataluña se desliza de forma tosca y preocupante hacia el sueño del totalitarismo, donde el derecho a expresarse sólo lo tiene una parte de sus habitantes, aquellos que comulgan con la «República» idealizada, mientras los demás son conminados por «quienes mandan» a callar y resignarse y, si acaso sienten ganas irrefrenables de expresar su opinión, lo hagan hablando de fútbol. Todo muy moderno y cosmopolita, como reza el «agitprop indepe». Ellos son los respetuosos con las leyes, libertades y derechos de todos; «los otros» son los carcas, violentos y fachas.

Y mientras esto ocurre en Cataluña, el Gobierno de Pedro Sánchez sigue calibrando el «decretazo» para bajar los restos de Franco de Cuelgamuros de manera urgente. Porque, naturalmente, una democracia consolidada no puede seguir consintiendo ni un día más tener a un dictador enterrado en un monumento público como el Valle de los Caídos.