Opinión

Eufemismos

Tuve una discusión con los editores de uno de mis libros por la palabra «subnormal». El texto se refería a los años 70, de modo que era imposible atribuir a la gente de la época otra expresión para referirse a los discapacitados psíquicos. Hay términos que no queremos usar porque detestamos su significado. La consecuencia es que practicamos una huida lingüística sin fin. A las personas sin piernas se las llamaba antaño «minusválidos» o «lisiados» y, cuando yo era pequeña, los autobuses reservaban un sitio para los «caballeros mutilados». Había muchos de la guerra civil. A esas personas se las ha llamado después «discapacitados físicos» y ahora tanto ellas como los antiguos subnormales son «personas con capacidades diferentes». No por eso ha cambiado un ápice su condición.

Entretanto se ha producido una aberración relativista, que pretende que padecer una discapacidad no es mejor ni peor que estar sano. Una líder feminista de los Estados Unidos decidió tener una hija sorda porque ella y su pareja lo son. Querían una familia que compartiese «capacidades diferentes», de modo que seleccionaron los embriones y eligieron el fallo genético «adecuado». Me parece cruel. El lenguaje no puede cambiar ni ocultar la realidad. Ésta se impone siempre. Podemos fingir que carecer de piernas es una capacidad diferente tan envidiable como la agilidad del saltador de pértiga, pero es falso. Nos condenamos con ello a cambiar de palabra cada diez años en una batalla inútil y un poco cómica. Esas fuerzas podríamos usarlas para abrazar lo real, las personas y cosas calificadas.