Opinión
La heredera sin hueco en la renovación
En la política, como en el amor, nunca hay hueco para el subcampeón», coinciden antiguos colaboradores de Soraya Sáenz de Santamaría, que comprenden su marcha de la política. Quien fuera vicepresidenta entendió rápidamente su falta de espacio en el «nuevo PP». Estaba llamada a asumir el legado de Mariano Rajoy y a convertirse en la primera mujer en ocupar el despacho principal del Palacio de La Moncloa, pero su derrota ante Pablo Casado –a todas luces inesperada para ella– en el último congreso extraordinario de los populares la había dejado, literalmente, sin sitio. Comienza para Sáenz de Santamaría una nueva etapa, tras siete años de plena dedicación al Gobierno, atesorando el mayor poder que nunca en democracia haya tenido un «número dos».
Llegó a la actividad pública acompañando a Mariano Rajoy y la abandona con la «muerte política» de su mentor. Soraya se marcha y seguirá su trayectoria en la vida privada, aunque las rigurosas incompatibilidades van a alejarla del núcleo duro del IBEX 35, donde dicen los rumores que le espera su acomodo definitivo. Fue en 2008 cuando Rajoy le otorgó galones. La ascendió como su portavoz parlamentaria, regenerando un grupo de diputados desanimados, rehenes entonces del varapalo del 11-M y de la estrategia diseñada cuatro años antes por Eduardo Zaplana y los herederos del aznarismo. Ya con la victoria electoral en 2011, Soraya Sáenz de Santamaría ascendió y atesoró en el Gobierno tal poder, absoluto en opinión de muchos, que despertó en la cúpula del PP toda suerte de recelos.
Unos recelos que, a la postre, han tenido que ver con su derrota reciente a manos de la entente formada por María Dolores de Cospedal y Pablo Casado. Los enemigos internos le han reprochado su falta de interés por la vida diaria del partido y sus balones fuera cuando estallaban uno tras otro los más indignantes casos de corrupción, lidiados en solitario y «a cara descubierta» por Cospedal como secretaria general. La oposición a Sáenz de Santamaría pudo tener su epicentro en Génova, pero también potentes réplicas en el propio Consejo de Ministros con la guerra larvada entre los «sorayos» y el denominado G-8, el grupo de críticos con su gestión. También provocó más de un reproche –trasladado al propio Rajoy en conversaciones privadas– la información ultrasensible obtenida en su calidad de jefa de los servicios secretos. José Manuel Soria siempre la ha señalado como la culpable de su caída en desgracia. Como remate, en su «debe» se ha situado la discutida estrategia de comunicación de La Moncloa.
La última gestión que agrandó la brecha entre Soraya y un numeroso sector del partido fue la llamada «carpeta catalana». Algunos dirigentes populares jamás le perdonaron la estrategia de perfil bajo contra el independentismo y el despliegue «blando» del 155. La famosa «operación diálogo» que Soraya Sáenz de Santamaría diseñó y protagonizó obtuvo poco o ningún éxito, a la vista de la actual coyuntura en Cataluña. Tras su derrota en el cónclave de los pasados 20 y 21 de julio, Soraya exigió a Casado una presencia «proporcional» de su sector en los órganos de dirección. Un pretendido «blindaje» para mantener capacidad de influencia en la estrategia popular y, también, en la elaboración de las listas electorales. Sin embargo, integrados la mayoría de sus colaboradores en ese «nuevo PP», constató el desvanecimiento del sorayismo. Que, en realidad, jamás existió, dejando paso al «síndrome del político en declive». Su móvil dejó de sonar como lo hacía antes y su agenda ya no era la que fue. Los últimos rumores la situaban como candidata a la Comunidad de Madrid. Aunque no parecía Casado muy proclive a ello. Con todo, un premio más que apetecible para cualquiera, pero una «pedrea» menor para una política acostumbrada a acumular el mayor poder obtenido por cualquier ministro del Gobierno en la historia de España. Así que, tras consultar a un puñado de cercanos, y consensuar la decisión con su marido, Iván Rosa, Sáenz de Santamaría trasladó este lunes a Pablo Casado su retirada de la vida política. Seguirá siendo militante del PP. Un partido en el que muchos nunca la terminaron de ver como una de los suyos.
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