Opinión
Quien a hierro mata
El último «terremoto» del sinvivir político sacude los cimientos de La Moncloa. Las risas siempre van por barrios. La polémica sobre la tesis doctoral de Pedro Sánchez eleva el tono por horas. ¡Otra pelotera más que concierne a la formación académica y –supuesto– trato de favor de nuestros líderes relevantes! Por más que, en esta ocasión, también esté detrás del nuevo «sobresalto» mediático y político la mano del líder de Ciudadanos, Albert Rivera. Al menos, así lo entienden algunos mandamases socialistas, que le acusan abiertamente de haber «sobreactuado» porque ve desdibujadas sus expectativas por la llegada del PSOE al Gobierno y la irrupción de Pablo Casado al frente del nuevo PP.
Tiene lógica el paso adelante del líder naranja. En primer lugar, porque ha visto la ocasión propicia que buscaba para intentar que se olvide esa especie de «pecado original» que fueron sus coqueteos con Sánchez cuando puso a su disposición los votos de Cs para facilitar su investidura. Pero, además, Albert Rivera logra emerger como referente de la oposición en un asunto, el de las titulaciones universitarias, en el que el PP de Casado debe, comprensiblemente, manejarse con tiento. Más aún el día en el que el Supremo ha pedido a la Fiscalía que informe sobre su polémico máster. De lo que no cabe duda es de que Rivera ha recuperado un protagonismo perdido: eso sí, a riesgo de zambullirse en una estrategia que ahonda en un tufillo inquisitorial agobiante para la clase política. Y es que, visto lo visto, habrá que preguntarse qué persona de valía estará dispuesta a dedicarse a la «cosa pública», viendo que se ha convertido en una actividad donde la «caza al adversario» para acabar con su reputación desprecia conceptos sacrosantos como el respeto a la dignidad personal.
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