Opinión
La destrucción del arte
Leo una noticia y me niego a creer que es cierta. El titular reza «La memoria histórica de Torra: eliminará del Palau los frescos de los Reyes Católicos», y, como en otras ocasiones, miro el calendario por si es el día de inocentes, pero no. Estamos ya en la tercera semana del noveno mes del año e inocentes, a no ser que al Papa se le antoje de otra manera, es el 28 de diciembre.
Cuando turisteamos por el mundo adelante nos encontramos con monumentos en mejor o peor conservación, bien por la erosión o las inclemencias del tiempo, bien por la disparatada actuación de los políticos, los odios, la religión y las guerras. Grecia es en sí un monumento, en estado lamentable, eso sí, por culpa de Syriza que tiene al país en una situación tipo España años 50-60, pero pasearse por la zona antigua es sumergirse en un pasado que nunca debió transitar al presente. Quiero decir que cabezas pensantes como las de Homero, Esquilo o Eurípides nos harían falta para convocar ágoras y aleccionar a los ineptos que hoy circulan libremente por la vida y los plagiarios que siguen sin dar ningún tipo de explicaciones ni presentar una dimisión a tiempo, que siempre sería una victoria. Esas ágoras que nada tendrían que ver con Universidades corruptas en cuyos frontispicios figuran nombres como el de Camilo José Cela, que llevó la literatura y la lengua española hasta lo más alto, recibiendo el Nobel con elegancia y dignidad, dos virtudes que lo acompañaron hasta el minuto de morir, o el del Rey Juan Carlos I, a quien tanta paz y tanta concordia debemos. Como bien dice Ussía, habría que exigir la eliminación de dos nombres de tanto respeto al frente de dos instituciones tan venidas a menos. Pero sigamos.
Monumentos históricos han sido destruidos por la maldición de las guerras. También las religiones han contribuido muy negativamente a que por razones falsamente morales o puritanas tal escultura o tal otro monumento fueran aniquilados para borrar la huella del pecado. Los más recientes ejemplos los tenemos en Siria, Líbano, Gaza, Pakistán, Egipto, Libia, Iraq o Afganistán, donde la siniestra mano yihadista ha destruido, por ejemplo, Palmira, considerada Patrimonio Mundial, con una arquitectura avanzada para su época, el año 200, o el museo del genocidio armenio destruido por Estado Islámico en 2014.
Dentro de este contexto, ¿estaríamos en condiciones de pensar que el tipo que gobierna esa encantadora región española, que es Cataluña, sería capaz de acabar con unos frescos cual si fuera talibán? Es talibán y podemos tener la certeza de que también cometería atrocidades de este calibre para intentar borrar con un brochazo de pintura la memoria histórica que tanto se loa hoy día.
En la catedral de Santa Sofía de Estambul se están intentando recuperar los frescos originales que, por impíos o yo qué sé por qué absurdas razones, se repintaron por encima. En efecto es un monumento que ha pasado por muchas civilizaciones y ha servido como catedral ortodoxa bizantina, luego catedral católica de rito latino y, finalmente y tras la conquista de Constantinopla por parte del imperio otomano, fue transformada en mezquita, con lo cual y tras el paso por tantas y tan rigurosas manos es comprensible que los unos y los otros hayan querido hacerla más suya añadiendo elementos propios de cada religión. ¡Ay los fundamentalismos, cuantos daños a la humanidad!
Dicho lo dicho, ¿quién va a parar los pies a un cenutrio a quien cualquier monarca le produce diarrea? Desde luego no los actuales miembros del consejo de ministros, porque dependen de él para gobernar. ¡Esa maldita ley electoral que permite absurdas alianzas...!
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