Opinión
Que me quiten lo ‘bailao’
Los mensajes que traslada el Gobierno sostienen que su proyecto se acabará sustentando sobre mimbres sólidos. Optimismo oficial no falta. «La política se juega a largo plazo», gustan repetir asesores monclovitas. Las versiones que llegan por otros canales más oficiosos son, por el contrario, de una contundencia desalmada: «Le hemos dicho a Pedro Sánchez que, si quiere durar, debe convocar ya elecciones. ¡A este paso, no vamos a quedar ni uno vivo!» Tales «consejos» forman incluso parte del círculo estrecho de colaboradores del presidente, quien, por cierto, empieza a escuchar cada vez menos a las voces cercanas, alguna de las cuales llegó a aconsejar, sin éxito, acortar la actual tournée por Canadá y Estados Unidos. «El presidente no puede permitirse estar fuera una semana entera», advertía. Pues va a ser que sí.
Y ello aun cuando la última parte de la gira, su salto final a California, ha sido más un capricho de Sánchez que otra cosa. Así se reconoce desde La Moncloa. Toda la acción gira en torno a reforzar la imagen presidencial a golpe de fotos a miles de kilómetros de distancia, ante la evidente incapacidad de asomar la cabeza en España por la acumulación de malas noticias y polémicas. Un choque infernal entre Ejecutivo y Legislativo a cuenta de la triquiñuela para evitar el Senado y aprobar el techo de gasto, la imposibilidad de dar cerrojazo a las acusaciones de plagio, los miembros del Gobierno desdiciéndose continuamente, dos ministros ya dimitidos en tres meses y la de Justicia, Dolores Delgado, ahora en la cuerda floja con Baltasar Garzón, falsedades, grabaciones y el vidrioso ex comisario Villarejo en boca de todos... Un horror.
Tantas alarmas han disparado los acontecimientos hasta el punto de que, en contra de lo previsto, se han quedado fuera del viaje a última hora, «cuidando del fuerte», Iván Redondo, jefe de gabinete del presidente, y Miguel Ángel Oliver, secretario de Estado de Comunicación. Sánchez siempre sospechó que su paseo por la alfombra roja del poder no iba a ser fácil, pero jamás imaginó que fuera tan cuesta arriba. A punto de cumplir cuatro meses en el cargo, la realidad le ha hecho tragar grandes dosis de quina, pagada a base de enormes «daños colaterales». Eso sí, siempre podrá decir aquello de «que me quiten lo “bailao”».
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