Opinión

Pravda y Carmen Calvo

No es casualidad que el diario por excelencia de la Unión Soviética se llamase Pravda (La Verdad). Esa palabra, «verdad», nos ha puesto siempre gallitos a los seres humanos. El problema es quién decide cuál es la verdad. En la URSS lo decidía el partido. Poder y verdad coincidían. Aunque había otros periódicos (Izvestia, Komsomolskaia Pravda, Dneven Trud), Pravda era la guía máxima y oficial, porque fue el órgano del Partido Comunista entre 1918 y 1991.

La idea es deliciosa para cualquier mando: mis objetivos son los verdaderos, ergo es bueno y verdadero que la gente me obedezca. No se trataba de un mero principio ejecutivo, sino que contenía aspiraciones morales. Si el Partido enunciaba la verdad, quien a él se opusiese era un mentiroso. Es más, puesto que negar la verdad es contrario a la razón, el que se resistía al poder era un pobre vesánico, cuyo mejor destino era el hospital psiquiátrico.

En las sociedades democráticas, bastante más humildes, reconocemos la dificultad para encontrar la verdad. Y desde luego no toleramos que la enuncie el poder. Es misión de la Prensa libre
–una de ellas– controlar al poder. Y es el Poder Judicial el que controla a la Prensa. Limitar la libertad de Prensa con la excusa de ponerla al servicio de la verdad es cosa vieja, que deriva en dictadura. Chávez empezó así. Retire la señora Calvo la tremenda frase: «La obligación de la veracidad es la que da sentido a la libertad de expresión, si no, no tendría que existir».