El canto del cuco

¿Superioridad moral de la izquierda?

Los síntomas de corrupción afectan al Gobierno, al PSOE y a la propia familia del presidente. Hay ministros convertidos en fontaneros del partido y fontaneros del partido que mandan más que los ministros.

Hasta la llegada de Pedro Sánchez al poder, la izquierda disfrutaba aún de una cierta aureola de honradez. Había un extendido reconocimiento de la superioridad moral de la izquierda. Lo conservador era despreciado por la cultura dominante. Esto se notaba especialmente en la Universidad y en el mundo del espectáculo. Se llevaba lo progresista. Lo tradicional, desde los toros al catolicismo, se consideraba una rémora histórica para el progreso de España. La izquierda laicista alardeba de impulsar las transformaciones sociales y de abrir paso a la modernidad. Y lo más decisivo: la corrupción era atributo consustancial del capitalismo y se convertía en seña de identidad de la derecha política. En cambio el socialismo, con «más de cien años de honradez», a pesar de algunos desvaríos personales, naturalmente aislados, era presentado como modelo de comportamiento ético.

Con este «relato» llegó Pedro Sánchez a La Moncloa. Había que sanear la vida pública. Fue el argumento, para acabar con el popular Mariano Rajoy, que defendió desde la tribuna del Congreso José Luis Ábalos, «alter ego» –compañero del alma, compañero– del líder socialista. Ahora este hombre está en manos de la Justicia y en las leyendas de los Paradores. Desde entonces han pasado siete años y todo ha cambiado. Asistimos a diario a un espectáculo siniestro de degradación política, cuyos detalles puede encontrar el lector curioso en las páginas de este y de casi todos los periódicos. Los casos producen vergüenza ajena y se suceden sin interrupción. Los síntomas de corrupción afectan al Gobierno, al PSOE y a la propia familia del presidente. Hay ministros convertidos en fontaneros del partido y fontaneros del partido que mandan más que los ministros. Los bulos circulan libremente por los conductos oficiales. Rige la norma perversa de que el fin justifica los medios. Y el fin consiste en conservar el poder a toda costa.

La derecha pide ahora explicaciones desde la calle, como se verá el domingo. En siete años, como las siete plagas de Egipto, la izquierda ha perdido su honorabilidad. Ya no queda nada de su inocencia original, si es que alguna vez fue inocente. Lo más inquietante de los casos judiciales conocidos no es que den lugar o no a condenas penales. Lo grave, lo que clama al cielo, es la falta de ejemplaridad ética del Gobierno y su entorno cercano. El paisaje público está poblado de corruptelas, enchufes, aprovechamientos indebidos, opacidades, juego sucio, mentiras... Esa es la imagen que está ofreciendo hoy el poder, encarnado por el sanchismo. ¿Qué queda de la superioridad moral de la izquierda?