Opinión

Los cálculos de la lideresa del sur

Los adelantos electorales los carga el diablo«», dicen con cierto desdén algunos susanistas para quitar peso a la repetida acusación de la oposición de haber precipitado a los andaluces a las urnas antes del final de la legislatura. Bien saben las huestes de Susana Díaz que son un mecanismo importante en manos de un Gobierno cuando necesitan minimizar daños políticos o buscan maximizar sus escaños.

La verdad es que el adelanto en Andalucía ha pillado a muy pocos por sorpresa. La actual legislatura hace tiempo que estaba agotada. La justificación esgrimida por la presidenta andaluza –la comunidad «necesita estabilidad y alejarse de la incertidumbre» ante la imposibilidad de sacar adelante sus presupuestos autonómicos– le sale a cuenta, pero a nadie se le escapa que las razones tienen más que ver con la conveniencia de los socialistas.

Varios han sido los factores que han llevado a Díaz hasta su decisión. «Sobre todo, hacerlas en clave andaluza«», me insiste alguien muy cercano a Díaz. «¡Ni de coña junto a Pedro!»: la expresión ha sido muy manejada en el Palacio de San Telmo ante la posible coincidencia con unas generales. Sólo cuando, en el último momento, disipó tal contingencia, Susana Díaz comunicó de viva voz su plan a Pedro Sánchez. Lo hizo el pasado fin de semana, aun cuando su secretario general de la Presidencia, Máximo Díaz Cano, había mantenido contactos con el jefe de gabinete del presidente, Iván Redondo, y Juan Cornejo, su secretario de Organización, tenía informado a su homólogo nacional, José Luis Ábalos.

Los criterios de la presidenta andaluza para convocar elecciones han pasado también por factores como enmascarar la desaceleración económica que se atisba y, por supuesto, la contención de daños por los casos de corrupción que roen sus siglas, incluidos los escándalos por las tarjetas de dinero público gastado en puticlubes y la sentencia de los ERE que tiene en el banquillo a los ex presidentes Manuel Chaves y José Antonio Griñán. Ahora bien, el salto de Susana Díaz busca primordialmente «pillar» al PP de Juanma Moreno en plena digestión de la batalla entre Pablo Casado y Soraya Saénz de Santamaría, y a Podemos en crisis interna, con Teresa Rodríguez al frente de la nueva plataforma Adelante Andalucía, de escaso conocimiento todavía entre los ciudadanos.

Es evidente que Díaz aspira a rentabilizar estas circunstancias de sus rivales. Más difícil lo tiene frente a Ciudadanos, sus socios durante estos últimos años. Pero fuentes socialistas rebajan esa tarea, porque esperan «seguir adelante con esa sociedad política» tras las elecciones, sin cerrarle la puerta siquiera a un gobierno en coalición con los naranjas de Juan Marín. La estrategia electoral socialista, invasiva a izquierda y derecha («la que casi siempre nos ha dado los mejores resultados», dicen), se enfrenta en esta ocasión a un Cs que «echará mano del enorme tirón de Inés Arrimadas». Arrimadas, gaditana de origen, está dispuesta a arrebatar a Díaz ese activo, tan suyo, de mujer de Estado, siempre con un ojo puesto en el polvorín catalán y que se siente cómoda cuando habla de España, por más que algunos en su partido, de Despeñaperros para arriba, la critiquen por considerar que lo hace para dejar en evidencia a Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, por su parte, es consciente de la importancia de ir a las siguientes convocatorias con toda la maquinaria de la Junta de Andalucía en manos del PSOE. Así que su pretensión es volcarse, aunque todavía está pendiente el encaje, dada su agenda internacional al principio y final de la campaña. «La paz está sellada hasta después de las elecciones». La prioridad ahora mismo es «que no haya desajustes que den imagen de no ir de la mano y coordinados en un primer test tan importante con las urnas», transmiten desde La Moncloa.

El triunfo de Díaz parece asegurado, aunque sin obtener mayoría absoluta, por lo que el gran objetivo susanista es evitar que una suma de PP y Ciudadanos acabase con 36 años de poder. Saben bien que el PSOE viviría entonces una auténtica hecatombe de consecuencias incalculables. Y por más que las encuestas que manejan descarten la eventualidad, la sensación de vértigo se palpa.

De hecho, anticipándose a ese escenario de horror y a pesar de que socialistas y podemitas son agua y aceite en Andalucía, desde la sede madrileña de Ferraz sí contemplan la vía de los acuerdos puntuales con Teresa Rodríguez para seguir gobernando. «Difícil que Susana y Teresa pacten, y Teresa no quiere ni ver en pintura a Pablo [Iglesias]», contraataca un cercano colaborador de la lideresa del sur. Pero puede que no les quede otra. En política, como es bien sabido, nunca nada es totalmente imposible.