Opinión
Cortina de humo
En un indisimulado intento de borrar la torpe sesión plenaria de la semana pasada en el Congreso de los Diputadps, La Moncloa quiso enfundarse la chaqueta del victimismo y anunció la ruptura de relaciones con Pablo Casado. ¿Razón? La riña parlamentaria en la que el líder del PP hizo a Pedro Sánchez cómplice necesario del independentismo en el golpe de Estado que se perpetra en Cataluña. El divorcio con Casado, oficializado después, fue justificado alegando que el jefe de la oposición había perdido «el respeto institucional» al presidente. Según me relatan fuentes solventes, el «hasta aquí hemos llegado» contra Casado fue otra iniciativa de la factoría Iván Redondo, el nuevo Maquiavelo que pergeña «planes de operaciones» como jefe del gabinete del presidente. Lo cierto es que esa cortina de humo buscaba desviar la atención de la venta de armas a Arabia Saudí. Porque bien sabía Sánchez que defraudaba a todos sus aliados en la Carrera de San Jerónimo sin conseguir tampoco los aplausos del centroderecha. Preocupaba –y mucho– dar una imagen de completa soledad. Es decir, que la gestión gubernamental, a pesar de su rectificación, había sido un auténtico desastre.
La maniobra de distracción duró el tiempo justo, toda vez que Gobierno y PP se necesitan mutuamente para desarrollar políticas de Estado. Así lo subrayó sin inmutarse la ministra portavoz, Isabel Celaá, tras el Consejo de Ministros de Sevilla. Lo cierto es que ambas partes trabajan, por ejemplo, para la renovación del Poder Judicial, cuyo mandato expira en diciembre. Las negociaciones son pilotadas por los dos últimos titulares de Justicia, Dolores Delgado y Rafael Catalá. Cuando se trata de repartir cargos, el Gobierno se cuida de sortear cualquier ruptura con el principal partido de la oposición y tampoco le alarma demasiado el «clima de tensión» que, interesadamente, alimenta. Mientras, Sánchez aspira a extraer réditos de la machacona denuncia del PSOE y sus terminales sobre la crispación. Ya se sabe: el ruido, además de tapar asuntos embarazosos, moviliza a los más ideologizados, dispuestos siempre a frenar a la «derecha cavernícola». Claro, que tampoco el Partido Popular pierde la cara a una polarización que ayuda a rescatar el bipartidismo... Siempre y cuando la agitación no se convierta en convulsión, cosa no siempre sencilla. Porque en ese caso, la ciudadanía tiene ahora muy sencillo encontrar otras vías de escape.
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