Opinión

Cumpleaños

En los tiempos que corren, que un periódico cumpla veinte años y siga creciendo es lo más parecido a un milagro y hay que celebrarlo. Para un periódico, veinte años es la edad de la razón, del equilibrio, del justo término. Es el momento de hacer un alto y contemplar el camino recorrido, entre asechanzas, tempestades y días claros; de reponer fuerzas, de repasar la ruta y de seguir hacia delante. Como en la vida. En casa dicen que por estas fechas me pongo quejumbroso y melancólico. Como si los biorritmos se vinieran abajo. Pudiera ser. En casa lo atribuyen a la inevitable llegada de mi cumpleaños. No puedo ocultar que, aunque trato de enfrentarme con entereza a esa fatídica fecha de noviembre marcada en rojo en el calendario desde el día que nací, el paso de los años me abruma un poco más cada año. Lo que prevalece por dentro, más que la felicidad que da el hecho de meter un año más en el zurrón, es el convencimiento de que me queda un año menos que cumplir, que sigue la cuenta atrás. Todo lo contrario de lo que le pasa a «LA RAZÓN» –esperemos–, yo siento que el camino, de forma inmisericorde, se alarga a la espalda y se acorta por delante, lo mismo que se alargan las sombras y se acortan las tardes.

Me animo con lo que dice Borges en su «Elogio de la sombra»: «La vejez (tal es el nombre que otros le dan) puede ser el tiempo de nuestra dicha». Me consuelo con esos pretextos vanos y socorridos de que no hay que confundir la edad cronológica con la biológica, y de que algo habré hecho de provecho en la vida. Y, en última instancia, con el argumento astronómico: ¿Qué me importan a mí –me digo– las vueltas que dé la Tierra alrededor del Sol? ¡Allá la Tierra! Pero lo cierto es que cada movimiento de traslación de este planeta azul alrededor del Sol es un año más que nos cae encima de las costillas. Dice Virgilio que «el tiempo se va para no volver». En esto, la vida de un periódico tiene sus ventajas: el tiempo no se esfuma, permanece en la hemeroteca para siempre. Ahora, además, digitalizado. Ahí quedan, sin ir más lejos, como en un electrocardiograma, los veinte últimos años de la agitada historia de este país. En estos veinte años el mundo ha cambiado más que antes en un siglo. A «LA RAZÓN» y a mí, en nuestros respectivos cumpleaños, nos sigue doliendo la España de siempre.