Opinión

Ética científica

El anuncio por el investigador chino He Jiankui de la creación de dos seres humanos cuya carga genética ha sido modificada para hacerlos resistentes a una eventual infección por el virus del sida ha puesto dramáticamente de relieve la cuestión de la ética científica. Sin descartar que estemos ante un posible fraude, lo relevante es centrarnos en la cuestión de la legitimidad ética de los experimentos médicos con seres humanos sin una finalidad terapéutica. Es cierto que tales prácticas son generalmente rechazadas por los comités de ética en Europa y Estados Unidos, y de hecho así lo han sido en el congreso donde He ha presentado su logro. Pero la discusión permanece por el afán de emular a Dios. Como señaló hace tiempo Robert Edwards, pionero en la investigación sobre la reproducción asistida, «hagan lo que hagan los embriólogos contemporáneos, Frankenstein, Fausto o Jekyll ya lo habían presagiado, y su sombra se cernirá sobre cada discusión biológica», pues la tentación de fabricar «contra naturam» seres humanos siempre está ahí, desafiando la obra de la naturaleza.

He Jiankui ha aducido en su favor que su intención fue evitar que las dos niñas creadas por él pudieran contagiarse del VIH, la enfermedad que sufren sus padres. Como en otras ocasiones, la transgresión de la ética científica tiene mucho de prometeico. Se sustenta sobre un deseo, un augurio de curación inverificable, al menos de momento, pues, se quiera o no, la incertidumbre siempre envuelve a la investigación científica de tal manera que quienes se dedican a ella sólo pueden saber algo de su punto de partida, pero nunca del de llegada. El horizonte hacia el que se dirigen es inevitablemente una nebulosa y, por ese motivo, cualquier ofrenda es un engaño.

Tenemos en España alguna experiencia en esta materia. Por ejemplo, Bernat Soria –que fue ministro de Sanidad con Zapatero– allá por 2002 defendía su empeño experimental con células madre embrionarias –que en aquel momento no estaba autorizado– porque «en un plazo de tres a cinco años podríamos disponer de células que produzcan insulina», con lo que, implantándolas en los pacientes, podría lograrse la curación de la diabetes. Una promesa, como se ve, estéril porque, pasados quince años, en 2017, él mismo tuvo que reconocer que tal curación es «bastante improbable», dados los resultados de la investigación.

No son infrecuentes los casos de científicos que, para obtener recursos o reconocimientos, transgreden las reglas éticas alimentando esperanzas sin fundamento o falsificando los resultados de sus trabajos para hacerlos visibles en las publicaciones académicas. Por ello, la sociedad debe estar atenta ante tales imposturas y las instituciones científicas han de rechazarlas sin ambages.