Opinión
Sánchez en ayunas
De no ser que al presidente se le han subido a la chepa, no los independentistas, sino las huestes de Vox, a estas horas igual seguía el consejo del obispo de Solsona, que pide ayunos voluntarios para solidarizarse con los presos que dicen estar en huelga de hambre. Lo primero, el obispo debería preocuparse, ya que no lo hace del espíritu, de la carne de sus feligreses, del hambre de los pobres que estarán pidiendo a su dios una pata de jamón. Solsona es el «Plácido» del «procés». No existe respuesta menos cristiana por lo hipócrita que la de este servidor de la Iglesia por el que meditaré en la próxima declaración de la renta dónde coloco la X, tanta es la incógnita que me corroe hasta la tripa ya satisfecha en la sobremesa. El ayuno viene a ser en estas fechas la vía eslovena del polvorón. Los presos siguen la dieta de la Buchinger en Lledoners, y además gratis. Pregunten a Isabel Preysler lo que le cuesta cada verano.
Lo segundo, Sánchez, que del ayuno pasa al gran bufé catalán, todo por la patria. Lo bueno de tener un presidente así es que posee tantos clones que es imposible aquel aburrimiento que provocaba Rajoy. Primero fue Pedro, luego Sánchez, y de ahí se han reproducido innumerables réplicas. Convendría investigar si le sustituyen varios dobles, como decían de Putin o de Melania Trump.
Moncloa inventa uno para cada situación. Ahora toca el turno del defensor de al menos la mitad de los catalanes a quienes Torra hace la puñeta cada día, y que hasta que no hubo varapalo en Andalucía, eran un chicle en el zapato, un sufrimiento que se estiraba bajo los pies para no verlo. Los cerebros de su equipo detectan que para fumigar a Casado y Rivera lo mejor es pedirle que no sean moscas cojoneras sino mosquitos comunes por si llega otro 155. Ya tienen un culpable, Torra, que ya lo era cuando se paseaba por la fuente de Guiomar, chorrito para un chorlito, pero que entonces lo había hecho jefe del Ejecutivo, y ahora necesita de los cómplices antaño crispadores. No sería de extrañar, llegado el caso, un cartel electoral con Sánchez montado a caballo, ya convertido, más que un personaje singular de la distópica «Westworld», en Mortadelo con gafas de diseño. En Moncloa hay un armario en el que en vez de cadáveres se amontonan disfraces. Por eso de la cuaresma hemos pasado al carnaval. Pero, como advertía Carmen Calvo, lo que importa son los hechos, no las palabras. Aplíquese la máxima antes de ser lo mínimo.
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