Opinión
La perra que muerde a Colau
Colau llegó a la alcaldía por su facilidad para el vedettismo, de amplia tradición barcelonesa, cuando hasta permitían a una cabaretera que se apodase «La maña», que hoy igual tendría que cambiarse el mote por «la terremoto de Gerona». Defensora de los «okupas», los manteros y, cómo no, de los animalistas. La muerte de la perra Sota de un tiro de un guardia urbano la ha puesto en ese lugar incómodo en el que tiene que defender a sus agentes al mismo tiempo que sentir el fallecimiento como si fuera el de un ser querido que la vacía en vísperas de las fiestas del solsticio de invierno. Una postura, más bien impostura, esa forma de engañar tan de Ada que sería capaz de ladrar, si supiera, como signo de solidaridad, y que no ha colado entre los activistas que se manifiestan en las calles e incendian las redes y hasta las copas de las cenas de empresa.
Lo que delata la incoherencia de Colau es que es muy fácil imaginarla en la acera de enfrente vociferando contra la Policía fascista. Lo de menos para la regidora es la perra. Ella misma se consideraría un animal con pocas diferencias con un simio si de eso dependiera el perdón, copar la magnificencia de un absurdo titular Va a ser que no. Lo que los miles de personas que protestan, y no todas del PACMA, no se crean, han digerido es que Ada ha dejado a una perra muerta en una acera. Agonizaba y aún movía el rabo a su dueño, el envés de un cuento de Navidad. Los que convivimos con un perro nos ponemos en esa piel y se eriza el cogote. Nada tiene que ver con los toros, la caza, y esas variantes que una ministra de España quiere prohibir y otro tilda de casposo sin antes haberse mirado los hombros, aunque para Colau todo entre en la misma cuadrícula.
No acierto a expresar por falta de información exhaustiva si el guardia tiene una defensa bien argumentada o simplemente se equivocó como hacen los humanos, esa extirpe en vías de extinción. Quien no la tiene en cualquier caso es la alcaldesa, la mujer que engordó el caballo para luego reventarlo con la misma alegría. Una perra muerde a Colau allí donde estén las almas de los chuchos, y ella, la responsable, busca la manera de convertirse en plañidera, aunque la única transformación coherente sería la de cucaracha, por lo del clásico kafkiano.
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