Opinión

En Euskadi salió bien

La pregunta no por reiterativa pierde sustancia. Si en el País Vasco se vivió el primer y gran órdago secesionista contra la integridad del Estado, con episodios como el «plan Ibarretxe» varado en las orillas del Congreso de los Diputados, el «pacto de Lizarra» revelado en sus últimos capítulos como uno de los grandes fraudes a la sociedad vasca o sobre todo, con la permanente presencia sangrienta del terror etarra y hoy sin embargo, exceptuada la deuda de reconocimiento y respeto a las víctimas, se camina hacia una normalidad que tuvo que llegar hace décadas, ¿qué elementos inclinan a pensar que en Cataluña, donde el desafío al Estado ha adquirido directamente la forma de rebelión inclinan la balanza hacia un mayor pesimismo?

Tan solo hace unos años, con el órdago independentista vasco en lo más alto hubiera resultado a todas luces imposible vaticinar ni en la peor pesadilla, una situación en la otra comunidad histórica como la vivida en los últimos dieciocho meses, de la misma manera que se hacía difícil imaginar una salida del callejón en la situación del País Vasco situando las cosas donde hoy están. El último «Euskobarómetro» no podía ser más claro. Dos de cada tres vascos se sienten españoles, el debate del autogobierno solo interesa a una casi testimonial minoría y en un hipotético referéndum, los contrarios a la independencia superarían a sus partidarios en más de siete puntos. Frente a ello, en el caso catalán las posiciones se hacen cada día más irreconciliables y solo parecen atisbarse dos alternativas a la independencia, o una aplicación del 155 sin fecha límite de salida, o alargar una situación como la actual que no para de cobrarse peajes contra la convivencia, dinero... mucho dinero y sobre todo desgobierno. Volvemos pues a recuperar la pregunta, ¿qué se ha hecho bien en Euskadi y qué se está haciendo mal en Cataluña?

Y la respuesta tal vez tenga mucho que ver con la lección aprendida por el separatismo de estos últimos tras la experiencia de la etapa Ibarretxe. El ex lendakari tuvo la gallardía y la coherencia política de acudir al Congreso para defender su plan, algo que por contra levanta ampollas desde Artur Mas como primer impulsor de la deriva pasando por los elegidos –que no en las urnas– Puigdemont y Torra. Su engendro sencillamente no se vota en Madrid. Pero hay más porque la, en su momento moderada Convergencia de Pujol rechazó de plano la opción de un concierto y cupo similares al vasco, tal vez más interesados en los «pingües beneficios» que llegarían por otro lado y solo para algunos. La opción de algo similar a un estatus fiscal especial también se deslizó desde el Gobierno de Rajoy con la misma respuesta: «referéndum o referéndum» haciéndose inevitable la pregunta sobre cómo estaría hoy la sociedad catalana de haberse asimilado por sus gobernantes la exploración de esa via. En Euskadi salió bien y en Cataluña aún se está a tiempo de que no salga mal, pero nadie debe de engañarse a propósito de la receta: «Estado y Estado» como en el caso vasco y en cualquiera de sus formas.