Opinión
Yo también elijo
Hace algunos meses, la opinión pública conocía un informe emitido por el Comité de Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad que venía a cuestionar el modelo de escolarización que el sistema educativo español dispensaba a los alumnos con algún tipo de discapacidad. Sobre la base de una premisa absolutamente errónea, prueba evidente de la desinformación o predisposición de los autores del informe, estos contemplaban la existencia de dos sistemas educativos que tratan de forma diferente a los alumnos con discapacidad; para definirlo con mayor claridad, aquellos alumnos escolarizados en aulas ordinarias lo hacen en un sistema inclusivo, mientras que los escolarizados en centros de educación especial están siendo escolarizados en un modelo «segregador».
Ante semejante consideración, han sido muchas las voces que se han alzado en defensa de la educación especial, pionera en algunos de sus centros en metodología y resultados a la hora de tratar a cada alumno según sus propias necesidades y no bajo esa consideración tan usada por la izquierda de este país de que todos los alumnos deben ser tratados por igual. Porque aquí se esconde el verdadero debate: el intentar imponer un único modelo educativo, absolutamente monolítico, donde sea el Estado y no las familias quienes bajo el socorrido «interés superior del menor» decida qué es lo mejor para nuestros hijos, ignorando nuestra Constitución y la Declaración Universal de los Derechos Humanos que define con claridad que los padres tendremos derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a nuestros hijos.
Nadie como nosotros sabemos que cada uno de nuestros hijos son verdaderos tesoros y tienen que ser tratados como tal y la realidad demuestra que esto puede lograrse, tanto en centros ordinarios como en centros de educación especial.
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