Opinión
Azúa
Félix de Azúa trae nuevo libro. Otro cegador disparo. Un artefacto que bucea en la prehistoria del arte y llega hasta su muerte mientras la artesanía, ornamentada con repeinados manifiestos, ha sustituido ya cualquier pretensión de explicar el mundo o asomarse
a sus rincones oscuros. Cuando los museos, como él mismo explica, languidecen como parques de atracciones para solaz de ideólogos y pasatiempo de turistas. Y hacen bien. Pues el Estado, desdeñoso con todo lo que huela a cultura, hace tiempo que decretó que, o costean la restauración y mantenimiento de las obras mediante la venta de entradas, o mejor cierran. Un libro, en fin, del hombre que nos enseñó a mirar. Un filósofo, historiador, ensayista, novelista y poeta que tiene escritas algunas de las páginas más formidables de los últimos 30 años. Verdaderos misiles tierra/aire de alto voltaje intelectual y golosa ironía. Para empezar a disfrutarlo y reencontrarse con el maestro tenemos además el aperitivo de las entrevistas. Unos diálogos a quemarropa. Donde no ahorra balas contra la tontería ambiente y el triunfo de los demagogos. Prófugo de Barcelona. Uno más de esa gente buena que vive fuera. Expulsada por la putrefacción nacionalista y sus infames cacerías. Descreído de muchas de las cosas por las que alguna vez apostó. Odiado por quienes, desde una izquierda arteroesclerótica, una izquierda que es cualquier cosa menos izquierda, una izquierda infantilizada cuando no directamente imbécil, no le perdonan la lucidez. La falta de cuidado. La guerra al eufemismo. En algunas de esas charlas con la prensa le preguntan si no será que envejece. Si la mala hostia y la corrosiva lucidez no serán otra cosa que pura pirotecnia malhumorada de viejo cascarrabias. Azúa responde certero. Los viejos son esos jóvenes. Los muchachos que lejos de otear el futuro dedican sus días a mascullar oraciones por el pasado. Los viciosos amantes de la nostalgia. Los distópicos oficiantes en el culto a los muertos. Como Bob Dylan hace ya medio siglo y enfrentado a los dogmáticos que querían coronarlo profeta de la izquierda gagá y rey de la contracultura, Azúa, grande entre los grandes, es cada día más joven. Mucho más necesario, infinitamente más audaz, sabio y valiente que toda la carcundia que ayer no más clamaba por asaltar los cielos cuando en realidad soñaba con desfilar en compañía de las momias de siempre.
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