Opinión
Jubilación como grito de alegría
El verbo «jubilar» procede del latín «iubilare», que significaba «gritar de alegría». Algunos lingüistas se remontan más atras, al hebreo «yobel», que podría traducirse como «el sonido de la trompeta que anunciaba el año de retirarse». «Jubilar», no obstante, también tiene mucho que ver con «jubileo», identificada historicamente por la Iglesia como una celebración, cada 50 años, en la que el Papa concedía indulgencia plenaria, también emparentada con una fiesta judía que se celebraba cada 50 años. En la tradición judia y en la latina, por último, 50 eran los años necesarios para poder retirarse del trabajo, en el sentido de ciclo de trabajo cumplido. No hay, por lo tanto, nada nuevo bajo el sol, y hace tiempo que a nadie se le exigen 50 años de trabajo para jubilarse, aunque las últimas tendencias reclaman prologanciones en la vida laboral, sobre todo para tener derecho a mejores prestaciones económicas.
El futuro de las pensiones preocupa a una parte cada vez mayor de la población, sobre todo a los jubilados y a quienes están próximos a dar o no ese «grito de alegría». En España, según los últimos datos de la Seguridad Social hay 8.81 millones de pensionistas, que perciben 9,56 millones de pensiones, lo que significa que algunos cobran dos o más. Al mismos tiempo, el gasto el pensiones marca récords mes tras mes y acaba de alcanzar los 9.563,12 millones de euros y seguirá en aumento. También crecerá el importe de la pensión media y, sobre todo, el de las nuevas pensiones, porque los jubilados que se incorporan a esa condición, en general, han disfrutado de salarios mayores y también cotizaciones –empresariales y del trabajador– mas altas. El sistema, no obstante, plantea dudas porque paga más de lo que ingresa, algo que no puede perpetuarse. Los gobiernos sucesivos y los partidos políticos llevan años sin ponerse de acuerdo o en encontrar una fórmula para solventar el problema. Los agoreros pronostican una futura catástrofe y todas las propuestas persiguen fórmulas de reducir las prestaciones sin que se note.
El futuro no es de color de rosa, pero tampoco es tan lúgubre. En primer lugar, las pensiones españolas son de las más altas del mundo en relación con el último salario, aunque en ocasiones eso no las haga suficientes. Por otra parte, ningún Gobierno dejará de pagar las pensiones, pero también está obligado a buscar cómo garantizarlas. Hay dos vías, reducir –más o menos por la puerta de atrás– las cuantías o aumentar los ingresos, lo que significa subir más las cotizaciones –de empresarios y trabajadores–o recurrir a los impuestos para pagar las pensiones, algo que quizá supondría un alza fiscal general o recortar otro tipo de gastos. No hay soluciones populares, pero sí factibles, y es imprescindible adoptarlas. Es imposible gastar siempre más de lo que se ingresa y tampoco es viable una política encubierta de reducción de prestaciones. Al fin y al cabo, para muchos, «jubilar» es «gritar de alegría.
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