Opinión
El ruido digital, campo de cultivo para las noticias falsas
Tras una aria apariencia de reportero intrépido con especial olfato para las historias y un nombre digno de personaje de novela de Harry Potter se escondía, en realidad, un auténtico impostor con más imaginación y literatura que ética. ¡Vaya chasco! En el periodismo, últimamente, no ganamos para disgustos.
Tuvo que ser un compañero de periódico, también redactor de Der Spiegel, aunque no con el renombre del ínclito, quien descubriera y pusiera en conocimiento, de sus superiores primero y de la opinión pública después, los engaños de Claar Relotius. El reportero estrella del diario alemán llevaba años (comenzó a colaborar en 2011 y actualmente estaba en plantilla) inventando parte de las historias que publicaba, añadiendo datos, anécdotas e incluso personajes falsos que creaba ad hoc para dar vistosidad a aquello que contaba. Como si la realidad necesitase artificios. En un periódico que cuenta con un departamento de documentación con más de cincuenta personas que revisan absolutamente todos los textos que llegan y que comprueba la veracidad de cada dato que aparece en ellos... ¿Cómo pudo pasar todos los filtros sin levantar jamás ni una sola sospecha?
A mí, personalmente, me parece mucho más interesante la otra parte de la historia. No tanto las razones de Relotius para mentir (miedo al fracaso, ambición, un ego disparado) ni del periódico para tardar en reaccionar (ventas, ventas, ventas), sino las de los lectores para no sospechar en ningún momento, para no ser críticos ni exigentes y tragarse, con un poco de azúcar, la píldora que les dan. Este caso, para mí, dice mucho de la manera actual de consumir información. Es paradigmático de nuestra era y de nuestra sociedad.
¿Cómo consumimos la información hoy en día? La radio suena mientras esperamos en un atasco y tenemos la televisión encendida como sonido de fondo mientras pululamos por la casa haciendo esto y lo otro. Hemos pasado de leer el periódico en papel, sentados en la mesa de la cocina o en la cafetería de debajo de casa mientras desayunamos, a apurar el café de pie mientras ojeamos los titulares en nuestro iPad, dispuestos a salir corriendo por la puerta para no llegar tarde a ningún sitio. Tendemos a leer el titular, como mucho la entradilla, y luego ya decidiremos (en aproximadamente dos milésimas de segundo) si leemos la noticia entera o pasamos a la siguiente. Se acabó aquello de leer la misma noticia en diferentes medios para conocer varios puntos de vista y completar una visión y nuestra opinión al respecto. No es de extrañar que proliferen las fake news en este contexto, cuando no directamente la desinformación.
A esta prisa vital añadimos el acceso global a internet y unas redes sociales que nos conectan potencialmente a todos con todos. Nos convertimos en informadores al tiempo que en informados. Todos somos emisores de noticias y receptores de ellas. Se propagan a una velocidad de vértigo y todos tenemos la capacidad de hacer llegar a otros, estén donde estén, cualquier hecho que ocurra, de divulgar un suceso o de lanzar un dato. El problema es que ahora no hay un filtro, nosotros somos nuestro propio filtro. Eso es un gran poder pero, como todo el mundo sabe, un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y si no ejercemos esa responsabilidad y filtramos aquello que emitimos, y también aquello que recibimos, si no discriminamos, corremos el riesgo de, efectivamente, divulgar noticias falsas o inexactas.
Es muy tentador dejarnos llevar por el efecto narcótico de la palmadita en la espalda. Nos rodeamos solo de lo que nos da la razón y nos reafirma en nuestras convicciones, nos olvidamos de contrastar los datos, de buscar la verdad, de entender lo que nos rodea. Estamos predispuestos a creer (demasiado a menudo confundimos “creer” con “saber”) aquello que confirma nuestra percepción de la actualidad, nuestra visión de lo que nos rodea. Despreciamos al que piensa diferente en lugar de escuchar sus argumentos para conocer otra postura, reducimos nuestro campo de visión a golpe de bloqueo y acabamos arropados por los afines, contemplando solo la fracción de realidad que nos conviene. ¿Es o no es el campo de cultivo perfecto para que una noticia falsa, pero preciosísima, corra como la pólvora? Añade ahora un pelín de corrección política, una pizca de buenismo y algo de narcisismo y remueve con entusiasmo. Sirve caliente. Pero hazlo tú que a mí me da la risa.
En palabras del filósofo coreano Byung-Chul Han, y con el que en este caso estoy muy de acuerdo: “Estamos en la Red, pero no escuchamos al otro, solo hacemos ruido”. Tenemos tanta prisa en nuestras aceleradas vidas que consumimos la información, provenga de donde provenga, sin mirar lo que nos tragamos. Y lo mismo hacemos en sentido contrario. Nos lanzamos a compartir, a comentar, a divulgar todo aquello que encontramos y que juega a nuestro favor. No establecemos debates sanos ni nos cuestionamos las informaciones. No somos críticos. Solo hacemos ruido. ¿Cuántas veces hemos compartido un artículo que ha resultado ser falso o inexacto y lo hemos dado por bueno? ¿Cuántas veces nos hemos quedado en el titular y nos hemos formado una opinión teniendo en cuenta, únicamente, quién era la persona que nos hacía llegar esa información y sus comentarios al respecto? ¿Cuántas no hemos leído algo pero lo hemos denostado por idénticas razones? ¿Cuántas veces ha muerto Miliki?
En la era de la hipercomunicación, con toda la información a un solo click, estamos menos informados que nunca.
✕
Accede a tu cuenta para comentar