Opinión
364 días de hipocresía
Se quedaron sin discurso hace ya mucho tiempo, en España y en Europa. Ya no es factible la lucha de clases, ni otros mantras que en su momento tuvieron razón de ser. Ahora existen las clases medias libres y pensantes. Por eso necesitan secuestrar la bandera del feminismo entendido a su particular manera como envoltorio de su «ADN» frentista y usarla contra el adversario político aunque también sea mujer. No les importa la igualdad, les importa imponer su más que discutible ideología en unos casos y el poder a toda costa en otros. ¡La lucha de clases ha muerto, viva la lucha de sexos! Eso es todo. Tan solo media un fin de semana entre el pasado «8-M» y este «11-M» de triste aniversario por los luctuosos hechos que zarandearon nuestra historia reciente, pero donde me detendré es en algunos significativos elementos que han rodeado a la jornada del pasado viernes, impregnada de esos falsos reflejos de holograma que confieren los periodos preelectorales.
El «8-M» ha sido un éxito por encima de todo mediático, pero también social por la transversalidad del clamor frente a los problemas reales e innegables de la mujer en materia de desigualdad y discriminación, pero sobre todo ha vuelto a evidenciar el tsunami de hipocresía que arrasa a estos otros 364 días del año en los que, pasados los fastos y la pirotecnia partidista previa al «28-A», los más vociferantes protagonistas envuelven la pancarta, la meten en el trastero y hasta otro toque de corneta. Por si alguien no repara conviene recordar que las huelgas y grandes protestas reivindicativas se hacen contra el poder, que es el único al que puede exigirse un cambio de situación. Parece obvio. Pero cuando es el poder el que maneja la orientación de esa protesta, puede que, como poco, haya que empezar a tentarse la ropa. Sobre esto no me detendré en la imagen de ministras del gobierno –el poder– brincando a pie de manifestación y vociferando eslóganes de brocha gorda contra mujeres de otros partidos, se definen solas. Aunque sí conviene destacar algún otro hecho, como la huelga de muchos concejales y concejalas o parlamentarios y parlamentarias autonómicas junto a otros cargos políticos.
Aclarémonos, ¿pero no son ellos y ellas los encargados de legislar para mejorar las cosas?, ¿no está en sus manos y la de los gobernantes y gobernantas que el viernes buscaban las foto en primera línea la capacidad de ponerse a la tarea en pos de lo que reivindican un día al año? Pura mojigatería solo igualada mediáticamente en su contradicción por esas deslumbrantes galas cinematográficas en las que se clama por el fin de la discriminación y el acoso hacia el sexo femenino mirando a un intangible horizonte de no se sabe que culpables, cuando a quienes se tiene en primera fila es a los grandes productores y empresarios del sector. Las mujeres de toda ideología y condición que se echaron el viernes a la calle, poco tienen que ver con muchas «cabezas de manifestación». Tampoco con el ataque a partidos como PP o Ciudadanos en contraste con la nula critica a regímenes comunistas e islámicos que encarcelan y matan a mujeres. Propaganda, pura propaganda.
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