Opinión
El engaño masivo
Nunca recogí personalmente la credencial de diputado en la Junta Electoral para presentarla posteriormente ante el Congreso de los Diputados. Como otros cientos de diputados de todas las formaciones, suscribí una autorización para que un representante recogiera tal documento en mi nombre y lo presentara ante la Cámara para acreditar que había sido efectivamente elegido.
Lo que nunca hizo ese apoderado fue prometer cumplir con la Constitución por mí. No lo hizo porque ese acto es personalísimo e intransferible, es un compromiso personal para adquirir la condición plena de diputado. Ninguno de los 350 miembros de la Cámara lo llega a ser, si previamente no jura o promete la Constitución ante la Mesa del Congreso.
Este hecho fue de sobra conocido por los primeros representantes de HB en el Congreso, que en los años 80 y 90 prometían por «imperativo legal». Fórmula esta que el Tribunal Constitucional dio por válida. Igualmente, al comienzo de la cortísima undécima legislatura, los representantes de Unidos Podemos, acompañaron su promesa de acatar la Constitución con breve ex curso. Con esa suerte de rebeldía verbal, los representantes de la formación morada querían dejar claro que prometían la Constitución porque no les quedaba más remedio, aunque no compartiesen algunos de sus contenidos.
Si finalmente Carles Puigdemont es elegido en la lista de su formación política a las elecciones europeas, tendrá que jurar o prometer la Constitución como requisito imprescindible para que le sea entregada una credencial que posteriormente podrá presentar ante el Parlamento Europeo. Ese hecho, el del juramento o promesa a la Constitución española es el que los parlamentarios europeos realizan ante la Junta Electoral Central, como órgano del Estado, a diferencia del resto de los diputados, nacionales o autonómicos, que lo hacen ante el pleno de sus respectivas Cámaras.
Que a Puigdemont nunca le preocupó mucho respetar la Constitución no es una novedad, pero lo que no puede pretender el inquilino de Waterloo es ser de mejor o distinta condición a la del resto de diputados de Cortes Generales, Cámaras Autonómicas o Parlamento Europeo, que las más de las veces con plena satisfacción y en algunos casos a regañadientes, están obligados a acatar la Constitución española antes de convertirse en plenos representantes de España ante el Parlamento europeo.
Por lo tanto, y si el Sr. Puigdemont quiere convertirse en eurodiputado no basta con que le voten, tendrá también que desplazarse personalmente a prometer la Constitución ante la Junta Electoral. Y aunque sepamos que esa promesa es de dudoso cumplimiento, ese es un requisito imprescindible para entrar en la cámara de Estrasburgo como representante de la ciudadanía española en aquel Parlamento.
Más valdría que los votantes de PDeCAT sean plenamente conscientes de este hecho, y no se dejen engañar con las triquiñuelas que les cuenta el ex presidente de la Generalidad. Porque se ponga como se ponga, o viene a Madrid a prometer la Constitución, poniéndose de paso a merced de la justicia de la que está huido, o nunca será eurodiputado. Aunque a veces da la impresión que Puigdemont es de esos que pretenden tomar el pelo a todo el mundo todo el tiempo.
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