Opinión

La campaña de los columbarios

Decía Felipe Gonzalez, en declaraciones a un desaparecido periódico, cuando tan solo contaba allá por el año 84 la mitad de su primera legislatura, que, en una España donde la reconciliación nacional había dado paso sin traumas a la democracia y al éxito socialista en el 82, no cabía ya el plantearse gestos como promover desde el gobierno la eliminación de estatuas de Franco, ni mucho menos contemplar siquiera la hipótesis de una exhumación de los restos el dictador. Gonzalez añadía con toda naturalidad que Franco formaba ya parte de la historia de España.

El expresidente cumplió con lo dicho, Franco no formaría parte de esa nueva España a la que no iba a conocer ni «la madre que la parió». Si exceptuamos la actual etapa de Pedro Sanchez en la Moncloa, el PSOE ha gobernado durante la actual etapa democrática casi veintidós años, de los que la parte del león es para los gobiernos de Gonzalez coincidiendo con el regreso del socialismo al poder de la mano de una aplastante mayoría absoluta y dando pie a casi catorce años de gobiernos.

Ni en esa etapa, la más cercana a la transición y a las heridas del franquismo, ni en la posterior protagonizada por Rodríguez Zapatero, más amigo de los revisionismos e impulsor de la «memoria histórica», llegó a plantearse la exhumación de los restos de Franco. Si acaso –y fue «regalo de cumpleaños» de «ZP» durante una cena-homenaje a Santiago Carrillo–, se acometió la retirada de alguna estatua ecuestre del anterior jefe del Estado.

Tal vez el PSOE anterior a Sanchez estaba más preocupado por los problemas reales de los españoles, que por abrir heridas del pasado en un más que discutible intento movilizador del voto de izquierdas. Discutible además porque esgrimir con las cortes disueltas la palabra «urgente» en boca de la vicepresidenta Calvo a la que solo le faltó añadir su «sí o sí» de registro también para la exhumación, es una burla a la que no escapa ni la propia parroquia de esa izquierda nostálgica a la que se pretende espolear. Discutible igualmente porque el traslado de los restos al cementerio de el Pardo junto a los de Carmen Polo, más que solución lo que planea es un problema para el gobierno que salga del «28-A» abocado a ejecutar una decisión de obligado cumplimiento o enfrascarse en el arranque de su mandato en algo tan «vital» para los españoles como sería la modificación urgente de esta norma.

Discutible, en definitiva, el torticero manejo de los tiempos distorsionando de manera lamentable dos campañas electorales, en las que se ventila el futuro del país en pleno desafío a la integridad del Estado y el poder territorial en ayuntamientos y comunidades autónomas a cuenta de algo que, como apuntaba el propio Felipe González hace 34 años, ya quedó más que zanjado para cualquiera que no haga uso del revisionismo y el revanchismo. Sencillamente no era necesario. Necrofilia electoral.